Todos los lectores leen con anteojos. No me refiero, claro, a las gafas que usamos los miopes para leer bien.
Quiero decir que todos tenemos algún sesgo para leer cualquier cosa. Una feminista, por ejemplo, se pone los lentes de su pasión y verá machismo en cada frase. También hay anteojos derechistas, comunistas, lentes liberales, etc. Por eso, para leer el primer punto del acuerdo entre el Gobierno y las Farc (el que se refiere a la tierra) decidí hacerlo dos veces y con anteojos distintos. Primero lo leí con anteojos de terrateniente derechista y después con lentes de “castro-chavista” comunista.
Ante todo les digo que tanto el terrateniente como el castro-chavista que simulé en mí, bostezaron bastante. Las 21 páginas a espacio sencillo son más bien largas y tediosas. Como hacendado de derecha estuve buscando con lupa alguna frase que dijera que me van a quitar, a expropiar sin indemnización o a ocupar la finca con una chusma enviada por los guerrilleros. Nada, parece ser que si exploto mi tierra, no me la quitan, y que si no la exploto tampoco me la expropian, sino que me la quitan y luego me indemnizan. Si tengo una agroindustria, debo concertar con los campesinos de la zona de modo que mi “actividad económica” sea beneficiosa para todos.
Hubo un punto que, como terrateniente, no me gustó mucho. Ese que dice que van a actualizar el catastro y el impuesto predial rural. Yo esas cosas en general las arreglo cara a cara con el alcalde, para pagar poquito, y para que no me vayan a poner el valor de mis tierras ni al 10% de su valor comercial. Eso, para serles franco, no me gusta. Tampoco concuerdo con esa política de que “el que más tiene más paga”, es decir, que la tarifa del impuesto predial sea progresiva. Eso es como empezar a parecernos mucho a las ciudades, donde los apartamentos más grandes y de estrato 6 pagan más impuestos que los pequeños y de estrato 2. Pero bueno, al menos dicen que pagaré impuestos por mi tierra, no que me la van a quitar a la fuerza, como en Cuba o Venezuela, o a entregársela a una cooperativa estatal, como en la Unión Soviética. No sé, con mis anteojos de terrateniente, creo que puedo dormir tranquilo. Pagaré más predial, pero podré seguir yendo a la finca.
Una vez terminada la lectura como finquero, me puse los lentes rojos de castro-chavista-comunista. Qué les digo. Me gustó eso de que pueda haber cooperativas de campesinos que se asocien para explotar tierras y vender productos. Incluso podrían llegar a ser dueños de la tierra colectivamente, en ciertas zonas del país. Eso no está mal. Pero es un horror que no se prohíba el latifundio, que se “estimule la desconcentración de la propiedad rural improductiva”. ¿Cómo así? ¿Entonces podrá haber concentraciones de propiedades rurales productivas? Parece que sí. En ninguna parte se dice que nadie pueda tener, qué sé yo, más de diez mil hectáreas. Nada: los privados pueden comprar toda la tierra que puedan comprar. ¿Y qué es eso de ponerles impuestos más altos a las grandes propiedades? Pañitos de agua tibia. A las grandes propiedades habría que expropiarlas y entregárselas a las cooperativas estatales y ya. Pero no, en el documento no se habla de eso. Se ve que estos de las Farc se ablandaron o los compraron. No se impone por decreto la propiedad colectiva del campo. Qué vergüenza, y esa gente se dice comunista: se ve que ya tienen tierra.
Lo que puedo decir, ya puestos mis propios anteojos, es que el acuerdo sobre la tierra es un documento cargado de buenas intenciones: eliminar la pobreza en el campo, darles agua potable, tierra, salud y apoyo técnico a los campesinos. Subir el predial y actualizar el catastro. Si la mitad de esos propósitos se cumpliera, en diez años el campo colombiano estaría mucho mejor.
Con razón la gente de la derecha colombiana no ha podido decir ni mu sobre el documento. Decían que les iban a expropiar la tierra, que ya venía el modelo castro-chavista del campo. Y en el documento esto no se ve por parte alguna.