POR MACHISMO O POR CASUALIDAD, a finales del siglo pasado se descubrió el primer afrodisiaco efectivo de la historia del mundo, el cual, desgraciadamente, funciona sólo en los varones.
Durante milenios los hombres soñamos con esa ayuda para la concupiscencia. Se usaban, y se usan todavía, comidas o pociones mágicas que tienen solamente un efecto placebo (si crees que te sirven, sirven): raspado de cuerno de rinoceronte, caldo de aleta de tiburón, ostras con caracol y langostinos, criadillas fritas con huevos, PPG cubano (con efectos benéficos en los convencidos de la medicina revolucionaria), frutos de la pasión… Nada de esto funciona, en realidad.
El caso es que a finales del siglo XX, al experimentar una droga nueva contra la hipertensión, los pacientes de prueba señalaron que ese medicamento sin nombre que les estaban dando, aunque no les bajara la presión, les provocaba erecciones más fáciles, largas y placenteras. Lo que vino después ya se sabe: la pastillita azul en forma de diamante es quizá la droga más vendida del planeta y muchos hombres que ya se preparaban para el retiro del mundo y la serena paz de los sentidos, regresaron al alegre mercado de la lascivia. El viagra no se hizo para los jóvenes (salvo que sean actores de películas porno), sino para hombres de cuarenta en adelante, a algunos de los cuales hasta ese momento, para decirlo con palabras de Juan Gossaín, si una mujer se les insinuaba, “preferían quedar mal, para no quedar peor”.
Lo triste es que el viagra, aunque se han hecho pruebas, no le sirve a la mujer. Cualquier hombre que se haya interesado en la sexualidad femenina (y un escritor está obligado a tratar de entenderla), sabe que las mujeres, en ese sentido, tienen a la vez, por contradictorio que suene, un erotismo mucho más fácil y mucho más complicado que el de los hombres. La física del sexo (mecánica o hidráulica) en ellas funciona con cierta fluidez. Lo difícil es que a esta facilidad se acompañen el deseo y el placer eróticos, ese remezón de los sentidos que no se limita a los genitales, sino que se siente en el cuerpo entero y sobre todo en la mente.
La semana pasada el New York Times publicó un interesante resumen sobre investigaciones que se están haciendo actualmente sobre sexualidad femenina. La estudiosa Meredith Chivers, que trabaja en Canadá, ha venido haciendo experimentos que podrían aclararnos algunas cosas sobre lo que realmente quieren las mujeres. Lo que ella ha hallado hasta ahora no es lo mismo que nos dice la intuición. Para los machos, excitación mental y genital son la misma cosa y funcionan al unísono. Las hembras, en cambio, pueden tener una reacción física (lubricación) sin que haya deseo erótico en la mente.
Algunas mujeres abusadas viven con culpa y angustia el hecho de haber sentido humedad (e incluso orgasmo) durante una violación. La explicación evolutiva de este fenómeno es que si esto no ocurriera (en el mundo brutal y agresivo de hace milenios) las laceraciones e infecciones no habrían permitido a las mujeres sobrevivir. Sobreviven las que ante una situación de miedo, de agresión, o ante un ataque físico, de todas maneras se lubrican.
Otra cosa es la sensación mental de deseo, el erotismo, la necesidad de compromiso y de contacto físico con la pareja. Con el violador, por supuesto, no se da, mientras que sí se da con la persona amada. Pero esto a veces no se manifiesta automáticamente en una reacción genital. Es decir, en las mujeres esa parte (con estímulo físico) casi siempre funciona. Pero la mente no. Por eso el viagra femenino no deberá incidir, como en los hombres, en la parte mecánica del sexo, sino en su aspecto mental. El viagra de la mujer tendrá que tener el mismo efecto que tienen la belleza de la música o el romanticismo de las palabras. Será una droga más poética. No podrá limitarse, como en los machos, a un químico que mejore el flujo de sangre genital.