“Con la arrogancia y el desprecio típicos de la ignorancia, hay quienes se han precipitado a descalificar la novela póstuma de García Márquez”: Héctor Abad Faciolince
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Los destinos de un libro son tres: se publica, se olvida o se destruye (por voluntad propia o por censura ajena). La única persona con derecho a quemar un libro es quien lo ha escrito. Conservo la edición en farsi de Memoria de mis putas tristes. Me la alcanzó a comprar en Teherán una amiga, Catalina Gómez, poco antes de que los fanáticos religiosos mandaran quemar la edición iraní por motivos morales. En vista de la recepción de ese mismo libro por una parte del mundo académico, no dudo que, si estos fueran gobierno, la novela habría sido quemada por motivos de corrección puritana análogos a las razones de los ayatolas.
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