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Éramos pocos, y parió la abuela

Héctor Abad Faciolince

19 de diciembre de 2021 - 12:10 a. m.

La navidad está a pocos días y a pocos quemados de distancia. Todo nos indica que tendremos otras fiestas virales en las que la alegría se va a teñir de angustia. El año 22, tercero de la pandemia, empieza nuevamente con signos agoreros. El intento planetario de querer confinar la variante Ómicron del virus dentro de los límites del sur de África se ha revelado, una vez más, inútil. Cuando se cerraron las fronteras y se prohibieron los vuelos ya el virus circulaba por Gran Bretaña, Noruega, Holanda, Estados Unidos, y poco a poco por el mundo entero. La secuenciación de una nueva variante, por eficaz que sea, es mucho más lenta que la forma en la que el virus se reproduce, especialmente si ésta es más contagiosa que las anteriores. Ya la Delta era una variante muy eficiente, y ahora resulta que la Ómicron lo es mucho más y se reproduce exponencialmente. Dentro de poco, aseguran los expertos, será la variante que domine en todos los países.

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Está claro que la variante Ómicron es mucho más infecciosa que todas las anteriores del COVID-19. Lo que no se sabe aún es si esta será más letal o más dañina. Los primeros estudios indican que es muy hábil para evadir la primera de barrera de protección incluso entre los vacunados (bastante menos en quienes ya tienen dosis de refuerzo) y es muy eficiente para atacar las células de los bronquios (la entrada de los pulmones) y de la garganta. Al mismo tiempo, al parecer, la Ómicron es menos hábil para atacar las células pulmonares (esto es un consuelo en un virus que ha matado, sobre todo, por neumonía). Y también parece que entre quienes han padecido ya la enfermedad, y entre los vacunados, la segunda barrera de protección (la de los linfocitos T) es eficiente para combatirla. Esto quiere decir que si estamos vacunados o ya tuvimos COVID es menos probable que terminemos en un hospital, en una UCI, o muertos.

Cuando uno empieza a comprender lo que pasa, que es la primera pregunta fundamental, pasamos a la segunda pregunta que se nos ocurre con mayor frecuencia: qué o quién tiene la culpa. Una de las culpables de la aparición de nuevas variantes del virus es la desigualdad planetaria en la repartición de las vacunas. Cuando el virus circula libremente entre poblaciones muy numerosas y poco vacunadas (como es el caso de África del Sur), la probabilidad de que surja una variante más perniciosa es más alta. Esto nos indica que las protecciones a las que recurren los países más ricos resultan ser siempre una fuga hacia adelante: de repente las dos dosis ya no son suficientes y se requiere un refuerzo. Es probable que dentro de pocos meses se esté administrando una vacuna específica para la variante Ómicron. Y mientras tanto, en el resto del mundo poco vacunado, irá evolucionando otra variante, si tenemos suerte más contagiosa, pero menos dañina, y si tenemos mala suerte, más contagiosa y más letal.

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Así como en la isla de la Palma, en Canarias, hemos podido ver en vivo y en directo, en cámara rápida, el lento proceso geológico del surgimiento de más tierra (la isla crece) desde el fondo marino, así mismo, con la pandemia, podemos ver, en directo, biología evolutiva, y de qué modo un virus cambia para evadir las barreras naturales o culturales (médicas) que se le interponen. Es muy poco lo que los humanos podemos hacer para prevenir o combatir los efectos de una erupción volcánica. Lo que la ciencia puede hacer para enfrentarse a un virus parece más eficaz, pero no es infalible.

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El caso es que, en nuestra misma lucha por entender, combatir y reproducir los virus se pueden producir errores nefastos. Cada día leo de más científicos que tienden a creer que el virus que ha trastornado nuestras vidas pudo originarse en un ratón infectado que escapó accidentalmente de un laboratorio en Wuhan. La inteligencia humana es una gran virtud que suele venir acompañada de su propio defecto asociado: la arrogancia. Lo que nos salva es también lo que nos mata.

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