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Esas cosas pasan

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Héctor Abad Faciolince
23 de noviembre de 2025 - 05:07 a. m.
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Tengo mala memoria para casi todo, pero, por motivos personales, recuerdo bien los asesinatos políticos de personas ejecutadas directa o indirectamente por los gobiernos, y no porque hubieran cometido ningún delito, sino por el solo hecho de opinar y denunciar los abusos del poder. Entre ellos están, por ejemplo, en Colombia, Jesús María Valle, un líder que denunciaba las masacres en Antioquia de las fuerzas armadas en alianza con los paramilitares, y que fue asesinado en su oficina de abogado durante la gobernación de Álvaro Uribe; en Rusia, la extraordinaria periodista Anna Politóvskaya (encarcelada, envenenada, sometida a una ejecución fingida y finalmente acribillada en el ascensor de su casa el día del cumpleaños de Putin); o a Jamal Khashoggi, un periodista saudí que, desde el exilio, se atrevía a criticar al príncipe Mohammed bin Salman. Khashoggi fue estrangulado en el consulado saudí de Estambul por matones y médicos enviados por el mismo Bin Salman, y luego desmembrado con motosierra. Los trozos de su cuerpo salieron del consulado y no aparecieron nunca.

Este último caso, el más reciente de los tres citados, volvió a adquirir relevancia esta semana con motivo de la visita oficial de Bin Salman a Washington. En Estados Unidos (todavía, pero el cerco se está estrechando) los periodistas pueden hacer preguntas pertinentes e incómodas. Mary Bruce, la corresponsal jefe del canal de noticias ABC ante la Casa Blanca, tuvo el valor de preguntarle a Trump sobre los multimillonarios negocios de su familia en Arabia Saudita, y al príncipe heredero sobre el asesinato de Khashoggi. Dos preguntas pertinentes que, por su misma pertinencia, enfurecieron a Trump. Vale mucho la pena ver ese fragmento de la rueda de prensa en la Oficina Oval.

Pasemos por alto la ridícula respuesta de Trump sobre los negocios de su familia y concentrémonos en la parte que tiene que ver con el brutal asesinato de Khashoggi. Si esta escena estuviera en una tragedia de Shakespeare, habría que decir que los actores hacen un papel extraordinario. Fíjense: mientras Trump va diciendo que ese “caballero a su lado es una excelente persona”, el caballero a su lado se retuerce las manos como haciendo el ademán de lavárselas; y cuando Trump dice que él no sabía nada de ese asunto, la cabeza del príncipe se dispara hacia arriba en una especie de tic irresistible. Véanlo con cuidado.

Pero no solo los gestos son importantes; las palabras de Trump también son de un cinismo y una desvergüenza extraordinarias. Durante siete años Bin Salman no había sido invitado a EE. UU., precisamente por lo acontecido en Estambul y porque la CIA había determinado su responsabilidad en el asesinato de Khashoggi. Y Trump le dice a la reportera Bruce que “ella ha mencionado a alguien extremadamente controvertido” (Khashoggi), que “a mucha gente no le gusta ese señor a quien ella se está refiriendo, y bien sea que a usted le guste o no, esas cosas pasan, pero él (señalando a Bin Salman) no sabía nada sobre eso, y hay que dejarlo así. Usted no debería hacer sentir mal a nuestro invitado haciéndole una pregunta de este tipo”.

En resumen, y en público, el supuesto líder del mundo libre y democrático exime al líder saudí de toda responsabilidad, y al mismo tiempo regaña a la reportera, que está desempeñando su labor como debe, diciéndole que ella pertenece a una cadena de “fake news”. Pero el motivo evidente por el que Trump lava la cara y las manos del príncipe saudí está, por un lado, precisamente, en los excelentes negocios que su familia hace con el reino árabe, y por el otro, en el anuncio oficial que hizo el príncipe sobre las inversiones de su reino en EE. UU., que van a pasar de 600 mil millones de dólares a un billón. “Esas cosas pasan”, sí, pero esas cosas no pasan por casualidad. Esas cosas (torturar, envenenar, abalear, estrangular, desmembrar) se hacen para que los periodistas tengamos miedo a hablar, a hacer las preguntas pertinentes y a decir la verdad.

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