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RECUERDO LOS VERSOS DE UN GRAN poeta proletario, Helí Ramírez: “Poraquí no tenemos carro de basura / ni árboles en las esquinas / ni lámparas en la frente de las casas. / No hay nomenclatura / no hay agua / la sed hace de las suyas”.
En algunos barrios ni las calles ni las casas tienen número. Si alguien quería escribirle una carta a Helí, porque había leído un verso suyo, la tenía que mandar a la revista que se los publicaba. Esas casitas sin número en la puerta, pertenecen al estrato uno. La idea de dividir los inmuebles en estratos del uno al seis tiene un origen bien intencionado: se hizo para cobrar servicios públicos subsidiados entre los más pobres. Parecía sano, parecía justo, pero a la larga ha hecho nacer una sociedad de ciudadanos A y B. Lo que se hizo para las casas se está aplicando a las personas (¿tú qué estrato eres?) y no hay nada más parecido a esto que una división por castas.
El mismo presidente Uribe, injustamente, extrapola lo de los estratos, que es una clasificación de predios, a las personas. Antes de derogar los chapuceros decretos sobre la salud, declaró que sólo las personas de estratos 5 y 6 pagarían por ciertos tratamientos. Esto es populismo barato pues no hay personas de estrato 2, ni personas de estrato 6. ¿O la idea era que en adelante nos obligarían a llevar en la solapa una estrella o en el bolsillo un certificado de estrato social? Se podría adoptar un sistema nazi, por colores: amarillo para el estrato uno; verde para el 2; gris para el 3; rojo para el 4; y azul claro y azul oscuro para el 5 y 6, los que tienen sangre azul.
El ministro Palacio salió con el mismo sonsonete populista. Dijo que los que ganaran más de tantos millones no podrían acceder a tratamientos estatales por enfermedades catastróficas. ¿Cómo así? La esencia de la seguridad social es que sea para todos. Si se le da salud y educación gratuita sólo a los más pobres (los que Uribe llama personas de estratos del 1 al 4), lo que acaba pasando es lo que ya pasa aquí: que se les da educación y salud decadentes, de segunda clase, de casta inferior.
Clasificar a las personas por estrato (según los servicios públicos o el impuesto predial) es absurdo. Las leyes 142 de 1994 y la 689 de 2001 —las que regulan esto— hablan de divisiones para los inmuebles residenciales, y no para las personas. Además el asunto no es nada simple y está lleno de distorsiones. La gente más rica y estirada de Bogotá vive en estrato uno. ¿No me lo creen? Es muy simple: viven en edificios de interés urbanístico, protegidos, porque son patrimonio histórico de la ciudad. Y como tales están clasificados como estrato uno, reciben agua y energía subsidiada y prácticamente no pagan impuesto predial. Según la frase de Uribe, entonces, estos señores de estrato uno, industriales, grandes empresarios, sí pueden recibir los beneficios del POS.
Lo mismo pasa en Medellín. Las urbanizaciones de las personas más adineradas quedan en estrato 3, así sean mansiones. ¿Motivo? No reciben agua del municipio porque tienen acueducto propio. Ellos también podrían recibir los auxilios del Gobierno, pues en rigor, según la absurda clasificación presidencial para las personas, son de estrato 3.
La discriminación por estratos, supuestamente a favor de los pobres, lo que produce es una sociedad paternalista, dividida por castas, en la que algunos reciben servicios deficientes y a otros se les niegan esos servicios porque en realidad no los piden ya que de todos modos (salud y educación) los adquieren de manera privada y entonces no les importa la calidad que les den a los demás. Pueden estar seguros: cuando se dice que “esta comida no se la vamos a dar a los ricos, sino a los pobres”, quiere decir que esa comida no es carne sino carve, y los ricos no la van a querer ni siquiera regalada. Nos hacen creer, populistas, que están favoreciendo a los necesitados, y lo que están haciendo es dándole limosna a las castas inferiores. Si fuera para todos, incluyendo a los ricos, el servicio sería mejor.
