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Había una vez en América

Héctor Abad Faciolince

23 de agosto de 2020 - 12:00 a. m.

Nunca en sus 244 años de historia Estados Unidos había caído tan bajo. Ese payaso arrogante, dueño de casinos, acosador de mujeres, enriquecido a fuerza de seis bancarrotas fraudulentas y de oscuros negocios inmobiliarios, ese racista arrogante que a todos menosprecia llegó al poder hace casi cuatro años con la promesa de “make America great again”, de devolverle a Estados Unidos su grandeza, y lo que ha logrado es un país más polarizado y dividido que nunca, enfermo de racismo, enfurecido en las calles e invadido por mentiras, seudociencia y delirios en el manejo desastroso de la pandemia. La más grande potencia del mundo es el mejor ejemplo de lo que no debe hacerse. Y las consecuencias se ven en términos de contagiados, muertos, desempleados y crisis económica. Trump, que recibió de Obama un país grande, entregará un país en hilachas, si es que lo entrega, pues hasta eso está en duda. Ahora que se ve perdido se está preparando para lo peor y lo más grave: destruir el método democrático o pasar por encima de él.

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Trump es capaz de llegar hasta los extremos más sucios y fraudulentos para no salir humillado del poder. Desde ahora mismo, mediante argucias y trampas, está haciendo hasta lo imposible para impedir el voto popular, y especialmente el voto de las minorías negras y latinas. Reduce los sitios de votación en los estados que domina; hace hasta lo imposible para impedir el voto por correo, fundamental para las personas más vulnerables en tiempos de epidemia. Intimida a los votantes que no sean blancos. Difunde incluso la infamia de que la nueva candidata demócrata a la vicepresidencia, Kamala Harris, no es una estadounidense legítima, por ser hija de inmigrantes. La misma mentira que repitió una y otra vez sobre Obama, diseminando la falsedad de que no había nacido en Estados Unidos.

La convención virtual del Partido Demócrata, que terminó el jueves por la noche, dio las mejores señales de unión. A finales de agosto, según las encuestas, es posible mantener el optimismo, pues todas ellas le dan a Joe Biden y Kamala Harris, ventajas de varios puntos sobre su oponente. Pero septiembre y octubre, más dos días de noviembre, serán 63 días muy largos si se piensa que Estados Unidos estará todavía en manos de Trump, un tipo absolutamente deshonesto, falso, maquiavélico y tramposo. Serán más de dos meses en los que la persona más poderosa del mundo podrá inventarse cualquier ardid con tal de no ser expulsado de la Casa Blanca. De un personaje como este se puede esperar cualquier invento, cualquier maniobra ilegal. Hay que estar preparados para todo, tanto internamente, en Estados Unidos, como a nivel internacional. De la vanidad, la arrogancia y la deshonestidad del peor presidente de la historia de ese gran país, no es posible esperarse nada bueno, y mucho menos una entrega del poder resignada y tranquila. Los analistas norteamericanos más ecuánimes, por primera vez en su vida, hablan de destrucción de la democracia e incluso de guerra civil. Dudo mucho que un enfermo mental como Trump entregue el poder sin hacer antes muchas locuras.

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A veces nos concentramos mucho en nuestra política local, en el país que más queremos y que más nos afecta, en Colombia. Debemos darnos cuenta, sin embargo, de la poca importancia que tiene para el mundo (aunque la tenga toda para nosotros) que se quieran robar y apoderar de EPM, cosa que tanto me duele en Medellín. También debemos saber lo poco que importa para el mundo (aunque sea fundamental para la justicia en nuestro país) si la persona tal es condenada o es absuelta. Pero para el mundo, y para todas las democracias desarrolladas o incipientes, lo que ocurra en Estados Unidos en estos dos meses será un ejemplo y una pauta de lo que pueda suceder en los demás países. Es lo más importante en este momento —así a nosotros no nos apasione tanto— y es adonde hay que mirar, con miedo y esperanza.

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En América había una vez una cosa que se llamaba democracia…

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