Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando los camellos se mueren de sed, comprendes la dimensión de la tragedia. Cuando el bosque húmedo es incapaz de asimilar tanta agua y se derrumba por exceso de humedad, entiendes que hasta el agua hace crecer el desierto. No estoy exagerando; no estoy usando hipérboles para asustar a los intrépidos ni frases de efecto para que les duela a los indiferentes. Sencillamente es así: en África del este los camellos se mueren de sed y de calor, y en los bosques tropicales de Colombia el exceso de agua está lavando la capa vegetal y derrumbando los árboles hasta dejar la peña pelada y descubierta. El cambio climático produce esos efectos terribles y solo aparentemente contradictorios: si en África no llueve y el mercurio no cabe en los termómetros, en Colombia los ríos son incapaces de cargar más agua y se llevan montañas de tierra por delante.
Esto, en nuestro país, puede incluso volverse metáfora de la política: no importa cuál sea el candidato que hoy gane aquí el voto popular. El uno nos traerá la sequía y el otro nos hundirá en las inundaciones. El efecto de uno u otro de los demagogos será el mismo: va a crecer el desierto y millones de personas querrán emigrar a otras tierras donde quizás la vida sea menos espantosa. Hasta los pájaros se querrán ir a buscar mejores aires. Esta noche habrá unos que brinquen de alegría en la victoria mientras otros, resentidos y derrotados, maquinarán la forma de hacerle la vida imposible a la otra mitad. Se huele, se respira: habrá arrogancia en la victoria y rabia de desquite en la derrota. Con A perderá una mitad del país y con B la otra mitad. Nadie nos unirá, cualquiera de los dos afianzará una nación dividida y desunida. Felices los unos y furiosos los otros, el canto de la victoria será interrumpido por una marcha fúnebre en la que todos vamos al mismo funeral.
Puede que no. Puede que esto que digo sea tan solo el pesimismo ciego de un viejo cacreco incapaz de percibir la maravilla de estos tiempos extraordinarios en que el pueblo decide, inspirado y alegre, un destino luminoso y un futuro magnífico. Nada me gustaría más que estar equivocado. Si me equivoco, yo mismo podré disfrutar de esa Colombia amorosa, igualitaria y sabrosa que anuncia el uno para el año entrante, o de esa otra Colombia sin corrupción ni despilfarro, próspera, encaminada a la abundancia y al desarrollo sin límites, también a partir del 2023. Ojalá lo mío sea tan solo una pesadilla de reblandecido y al despertar me encuentre con el sueño espléndido de ustedes, Petro y Francia, o de ustedes otros, ingeniero y Castillo.
Pero mejor vuelvo al clima, donde hay menos discusión y discordia que en la política. Ahí hay acuerdo en que el calentamiento global lo que produce es lo que veo: extremismo. No hay nada temperado; no hay estaciones claras; no hay tiempo de cosechas y tiempo de sembrar. Cuando florecen los cafetos, la lluvia tumba las flores para que no haya frutos después. Cuando hace falta que el sol madure el trigo, llueve. Cuando hace falta que la lluvia fecunde las semillas, la tierra se cuartea de sed. Y si hay una cosecha magnífica en Ucrania, la invasión rusa no permite que la harina del pan llegue a los puertos. Esto, en un mundo más interconectado que nunca, produce hambre en África, inflación en Europa y Estados Unidos, y devaluaciones de la moneda en el resto del mundo.
Puede que no sea así. Los negacionistas dicen que no es así. Los vociferadores del anti establishment son los que más se oyen porque gritan más. Las vacunas no sirven; el cambio climático es un invento de los científicos para someternos; una vez derrotado el capitalismo habrá comida en abundancia para todos. Lo importante ahora es derrotar a los temperados, a los que dudan, a los que defienden el diálogo y la moderación. Lo tibio se vomita. Hoy solo es digno estar con el hielo o con el fuego, con la sequía o con la inundación.
