El Espectador sabe muy bien lo que significa que pongan un carro lleno de explosivos a las puertas de un edificio.
El narcotráfico lo hizo contra el periódico hace veintidós años, creyendo que así lo podría silenciar. Por eso fue una decisión sabia y valiente el enorme NO rojo con que se abrió la edición del viernes pasado: “No al terrorismo. El Espectador se niega a publicar en su primera página las imágenes de los atentados”. El terrorismo quiere producir eso: miedo, terror. Su finalidad es hacer desistir de su acción al periodismo cuando es libre o al Estado cuando se enfrenta con valor a los asesinos.
Todo parece indicar que los atentados de la semana pasada (decenas de muertos, centenares de heridos) los cometió una alianza de las Farc con bandas criminales como ‘Los Urabeños’ y ‘Los Rastrojos’, que son quienes los proveen, en un matrimonio siniestro, de armas y de efectivo: narcotráfico y fanatismo político aliados en varias zonas del país. Las Farc, que cada vez se merecen más el apelativo que en España se le dio a Eta de “banda terrorista”, quieren demostrar un poder que no tienen. Los atentados sin lucha alguna, donde todas las víctimas son inocentes, no son actos de guerra, no son una batalla entre dos grupos enfrentados, sino actos de pura y simple maldad. Si fueran actos de guerra se enfrentarían en el campo de batalla con el Ejército y no al cuerpo civil de defensa, la Policía, que por su naturaleza debe estar dentro de las poblaciones, cerca de la gente común.
Las Farc han pretendido últimamente que se les permita emprender una de sus rituales y rutinarias mascaradas: mostrar con bombos y platillos que son capaces de una “buena acción” (devolver un puñado de secuestrados), al tiempo que se pasa por alto que fueron ellos quienes los secuestraron, torturaron y maltrataron durante más de un decenio. La actitud del Gobierno no ha permitido un show mediático de este tipo. Nada más fácil que devolver secuestrados: basta ponerlos a rodar por un río en una canoa: tarde o temprano van a dar a una población donde hay autoridades civiles, Ejército y Policía. Pero eso dañaría el espectáculo de su bondad; eso no permitiría oírlos decir que ellos hacen, unilateralmente, gestos de buena voluntad, mientras el terrible Estado no devuelve a los “presos políticos” de la guerrilla.
Hay dos personalidades colombianas que creen que en Colombia hay presos políticos: Piedad Córdoba, la señora del turbante, y Álvaro Uribe, el señor que trina en Twitter. Todo fanatismo acaba pareciéndose mucho. Uribe cree que como ya él no está al mando, los grupos armados ilegales se han envalentonado y ha vuelto “la guerra” al país. Nada que lo excite más. Piedad Córdoba cree que, como ella no está al mando, “la guerra” sigue en Colombia. Hace poco anunció, en Cuba, que quiere lanzarse a la Presidencia para alcanzar “la paz”. El pacificador y la pacificadora se creen ambos los dueños de las llaves de la paz.
El país está, en realidad, frente a un fenómeno creciente: la alianza criminal de las viejas guerrillas (hoy bandas terroristas), con quienes trafican con armas, cocaína, dólares en efectivo y oro extraído ilegalmente. Un gran poder mafioso dedicado a la extorsión y al tráfico ilegal de lo que más dinero produce. Cuando no consiguen comprar a la Policía, y ésta los combate como se debe, atentan contra ella, con el objetivo de aterrorizarla. Lo mismo se hacía contra el periodismo libre, que resistió y sigue vivo, firme. De igual modo deben responder las fuerzas de la legalidad: no dejarse amedrentar por las bandas del terror.
Cada niño que muere en un campo minado de la banda terrorista; cada inocente que cae en un atentado vil con explosivos; cada día que pasa sin que liberen a los secuestrados, hacen que las Farc sean más y más un grupo degradado, una banda nefasta dedicada al terror. Si creen que con eso ablandan a la Policía o a la población civil, se equivocan. Solamente nos endurecen más.