LA PALABRA PAZ EN ESPAÑOL NO SUEna bien; su sonido no se parece para nada a la cosa que designa: es como la onomatopeya de un disparo: pas-pas-pas.
Ruidosa como un pum, como un trac. Los colombianos ya escarmentamos: sabemos que nuestra constante histórica es el fracaso de la mayoría de los procesos de paz. Por eso más nos vale no caer en los arrebatos líricos de quienes pintan palomas blancas, los ilusos de la paz a toda costa. Y apartarnos también de los cuervos agoreros para quienes la palabra paz no sólo suena feo, sino que incluso es una mala palabra.
Es preferible, para estar prevenidos, mantener cierto escepticismo y recordar siempre la ironía del Tuerto López, en sus famosos versos aguafiestas: “‘¡Viva la paz, viva la paz!’... / Así trinaba alegremente un colibrí / sentimental, sencillo, / de flor en flor... / Y el pobre pajarillo / trinaba tan feliz sobre el anillo / feroz de una culebra mapaná. / Mientras que en un papayo / reía gravemente un guacamayo / bisojo y medio cínico: / —¡Cua cua!”. Hasta el verbo usado por el Tuerto, trinar, parece premonitorio y escogido a propósito para los tiempos que corren: por Twitter trinan los colibríes pacifistas, trinan mil guacamayos cínicos, y trina la culebra mapaná (las Farc).
El “Acuerdo general para la terminación del conflicto”, tal como fue filtrado por Pacho Santos (algo oportuno para el periodismo y quizá inoportuno para el proceso de paz), no es una maravilla de documento. Lo que allí se consigna, o es etéreo o no tiene mucho sentido. Dicen que el primer tema del diálogo será la “Política de desarrollo agrario integral”. Pero no me parece que unas conversaciones de paz se hagan para definir una política estatal, por ejemplo en el tema de tierras. Yo puedo estar de acuerdo en que debe haber una reforma agraria —que es, supongo, lo que la guerrilla pedirá— o puedo estar de acuerdo en que la propiedad de la tierra es sagrada —como pedirían los paramilitares—, pero a la reforma agraria o al afianzamiento de la propiedad de la tierra tal como está, se llega por los votos, no por acuerdos en Oslo. La guerrilla puede proponer que Colombia se vuelva una república bolivariana al estilo de la Venezuela de Chávez, pero para hacer esto realidad tendría que ganar unas elecciones, cambiar la Constitución, hacer nuevas leyes, y que la gran mayoría del pueblo los apoyara. Si no, no. La paz se hace para que esas propuestas se puedan debatir sin violencia, en elecciones abiertas, no para imponer desde antes unas políticas que no deberían ser materia de negociación. Porque lo que se negocia es la paz, no el gobierno ni las leyes.
En realidad, el único punto claro y concreto de todo el Acuerdo filtrado es el último: “Las conversaciones se darán bajo el principio de que ‘nada está acordado hasta que todo esté acordado’”. Esto sí es realismo. El escenario es claro: todo se puede desmoronar en cualquier momento. Las dos partes tienen derecho a tirar al piso las fichas del tablero si ven que están perdiendo la partida.
Pero lo más dañino para las remotas perspectivas de paz es tanta bulla: que los congresistas pidan entrar, que Piedad Córdoba y los suyos pidan entrar, que las ONG quieran entrar, que los expresidentes se metan, que todos queramos meter la cucharada (también la prensa, yo mismo en este instante). Como decía María Teresa Ronderos en las páginas de El Espectador, no se puede “ceder a las pretensiones faranduleras de quienes buscan los laureles de la paz, pero que no conocen a las Farc, ni saben de negociación, ni de procesos de justicia transicional en el mundo, ni son respetados por los militares”. La prudencia no significa que haya que negociar al escondido: llegará el momento oportuno para comunicar si hay acuerdos, pero ventilar al aire todos los desacuerdos solamente producirá ruido. De las discusiones con las Farc se pasará a las discusiones con todo el mundo y el proceso terminará de nuevo en la cacofonía de las balas: pas-pas-paz.