Parece muy enigmático que el papa Benedicto (con sus zapatos rojos, su cruz de oro y su disfraz de príncipe del Renacimiento) se entienda tan bien con el viejo Fidel Castro (con su sudadera de capucha negra, como disfrazado de monje medieval).
También parece curioso que los católicos más recalcitrantes (que antaño fueron cruzados contra los infieles del islam) sientan ahora admiración por las teocracias de Oriente Medio y elogien sus leyes basadas en los textos sagrados del Corán. Y parece raro que un populista comunistoide como Chávez (ahora pegado de santos y de vírgenes, gracias a los pasos de animal grande de su enfermedad), se sienta a sus anchas con un títere de los ayatolás como Ahmadinejad.
Estas alianzas de comunistas, papas y ayatolás parecen matrimonios contra natura y, sin embargo, no lo son. En realidad el grupo comparte una concepción religiosa de la historia, y el trío se une, en una alianza sagrada, contra “el libertinaje del liberalismo”, los “falsos progresos” de la ciencia y el secularismo occidental. Monarcas, tiranos y papas, además, tienen en común otra cosa: una vocación de poder vitalicio ejercido por líderes carismáticos: sólo ellos saben conducir a su pueblo, a su grey, a sus súbditos. Por eso nada pueden detestar más que la independencia mental y personal que es el ideal del pensamiento ilustrado.
Cuando se despejan las diferencias entre estos jefes de Estado que se abrazan, y se busca cuál es su común denominador, uno se da cuenta de que la lucha con la cual todos se identifican es contra los ideales de la Ilustración, esa revolución europea del siglo XVIII que transformó el mundo. El enemigo común del papa, Fidel, Chávez, los ayatolás y los grandes o pequeños reyes del mundo árabe, es la sociedad secularizada, según ellos “sin valores”, que no cree en ídolos absolutos (Mahoma, Jesús, Marx) ni en textos sagrados: la Biblia, el Corán, el Capital. Su enemigo común son el liberalismo, la idea de que cada persona tiene derechos humanos universales y es capaz de liberarse a sí misma mediante el conocimiento y el ejercicio de la razón, sin guías espirituales o políticos.
Para ellos el mundo actual, hijo de la ciencia y del pensamiento ilustrado, es un abismo de degradación y de inmoralidad. Que el mundo no sea el paraíso lo sabemos todos. Pero la decadencia moral contemporánea que decretan estos líderes, ¿con relación a qué otro mundo la declaran? ¿Cuál es el alto mundo ideal del que caímos tan bajo? ¿La muy cristiana sociedad medieval con sus pestes, su quema de herejes, sus cruzadas, sus guerras de religión? ¿El esclavismo del siglo XVI? ¿O el mito del comunismo primitivo? El papa habla como si el mundo contemporáneo fuera el peor abismo de degradación; y no es un paraíso, no, pero comparado con el mundo europeo, cuando éste estaba en manos del poder papal, no hay duda de que estamos en un mundo mucho más humano y menos inmoral.
Me temo que lo que los ilustrados ven como conquistas, ellos lo ven como depravaciones y de ahí la decadencia que perciben. El control de la natalidad, que para nosotros significa la liberación de las mujeres, para el papa es un síntoma de perversión. La libertad sexual de los homosexuales, o su derecho a casarse, es otro síntoma de la decadencia moral de Occidente. El avance de las ciencias biológicas, el desciframiento del genoma, los tratamientos con células madre, son un ataque a la vida. Lo mismo el divorcio, la fecundación in vitro, el aborto, la libertad de conciencia. Defienden el oscurantismo del adoctrinamiento ideológico o religioso, contra la educación laica, científica y universal. La represión o la castidad obligatoria, contra la libertad sexual. Las normas impartidas desde lo alto, contra el libre desarrollo de la personalidad. Tienen una ideología y un pensamiento intolerante y represivo. Además, detestan el mundo moderno, hijo de la ilustración y del progreso científico. Son antiliberales: por eso se entienden bien.