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La esquina más verde del mundo

Héctor Abad Faciolince

14 de noviembre de 2021 - 12:30 a. m.

Llueve y llueve y llueve. No para de llover. Llueve todos los días. Todos los santos días, decimos aquí. Pero sale también el sol. En algún momento se asoma y nos saluda y nos dora la píldora y la piel. Cuando los aviones entran en nuestro espacio aéreo, se estremecen, se empiezan a mover, tienen vacíos, nunca se estabilizan, y uno piensa: llegamos. Las nubes son densas, espesas, están cargadas de agua como un mar en el aire, oscuro, blanco, gris. Si uno ha hecho el viaje desde los Andes del sur (Chile, Argentina, Perú…) nota que de repente las montañas ya no son unos picos desolados, desérticos, pardos o amarillos, sino esa feracidad que dijo el poeta: “donde el verde es de todos los colores”. Si uno deja la Amazonia destrozada de Bolsonaro, su sequía infernal, entra en la nuestra como en un océano de brócoli que a veces interrumpen las dragas de la boñiga del diablo o los sembrados de coca de los narcos. Pero es un vértigo de verdor, casi siempre, una fábrica de oxígeno y por unos momentos los cabizbajos de siempre podemos sacar pecho.

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Colombia, este país, nos avergüenza casi todos los días: que mataron a 16 muchachos que sí estaban cogiendo café; que atracaron a mis hijos, les pusieron una pistola en la sien y les quitaron hasta la camisa; que hay niños muriéndose de hambre en la Guajira; que los venezolanos vinieron a hacer un máster en delincuencia común y sus maestros son colombianos, ladrones con Ph.D.; que aquí se inventaron el secuestro de aviones; que nuestro índice de homicidios por 100.000 habitantes es peor que el de México; que no hay redes sociales más turbias, insolentes, insultantes y sucias que las de aquí; que políticos corruptos gobiernan tu ciudad, mi ciudad, las ciudades… Pero llueve, llueve y llueve como para lavar tanta mugre y tanta podredumbre. Los aguaceros perpetuos lo quieren limpiar todo y llevarse tanta mierda a los ríos y al mar. Llueve tanto que la maleza empieza a crecer incluso en el asfalto, que los alambres de la luz se llenan de bromelias y plantas espontáneas, que las orquídeas florecen en el tejado de las casas.

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En Kioto y en París y ahora en Glasgow los dueños del mundo no se ponen de acuerdo en cómo combatir el cambio climático, el calentamiento global. Dejar de producir gases de efecto invernadero les sale caro. Trump, que se creía el dueño del país más responsable de las emisiones de CO2 de la historia (el 24,6 % según el Global Carbon Project), se salió del acuerdo de París y ahora Biden intenta corregir. Rusia aporta el 6,8 %, Alemania el 5,5 %, las islas donde está Glasgow el 4,4 %, China el 13,9 %. ¿Nosotros? Nosotros, sin ser el paraíso (maravillas del subdesarrollo), no aportamos ni el 0,5 %. Nuestro mayor pecado es producir mucho carbón que no quemamos aquí, y la mayor virtud que tenemos es que el 80 % de la energía producida en Colombia es de fuentes renovables. Hay muchos detractores de las hidroeléctricas (sobre todo después del accidente de Ituango), pero por las precipitaciones y la geografía esta fuente energética, aquí, es mucho menos dañina que casi todas las demás. Digan lo que digan sus detractores, el agua que sale de Hidroituango está mucho más limpia y menos contaminada que la que llega ahí.

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Si pudiéramos tener algún propósito digno como nación, este debería ser el de conservar y proteger la esquina más verde del mundo. Somos ricos en lo más importante: naturaleza. Los países más responsables del cambio climático tienen el deber, es más, la obligación de financiar proyectos de protección de las selvas colombianas, de sus bosques nativos, de todos los planes de reforestación y protección del agua. También tienen el deber, la obligación, de recompensarnos por las inundaciones y desastres “naturales” que nos esperan, ocasionados por el cambio climático. Pero con ayuda o sin ayuda el primer deber es nuestro: proteger y promover la esquina con más sol y con más agua (es decir, la más verde) que hay en el planeta.

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