El ejército de Netanyahu, después de treinta mil muertos en la franja de Gaza, no manifiesta –como quisiera demostrar el corrupto primer ministro de Israel– fuerza y capacidad ofensiva al cometer sus masacres. Lo que manifiesta es un miedo paranoico y un impulso vengativo (treinta ojos por un ojo) que solo le hace daño a todos los ideales que impulsaron personas como David Ben Gurion o Golda Meir. Ben Gurion llegó a Palestina (entonces parte del Imperio Otomano) en 1906. Golda Meir, nacida nada menos que en Kiev, fue una sindicalista de estirpe socialista, y fundó con su marido un Kibutz en los años 20 del siglo pasado, cuando Palestina cambiaba de mano entre los otomanos y los británicos. Qué distancia la que hay entre los fundadores de Israel y su indigno sucesor de hoy.
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¿Quiénes son los dueños de un país, de una tierra? ¿Los que se apoyan en antiguos textos sagrados dictados por Dios? Dios les dicta una cosa a los unos y otra a los otros. Jerusalem es Tierra Santa para judíos, cristianos y musulmanes. Pobres de los que viven en tierras santas, pues suelen ser los territorios más sangrientos. ¿Los que llegaron antes? ¿Y quién decide quiénes llegaron antes? Nunca se sabe con certeza. ¿Los que tienen el ejército más fuerte? La ley del más fuerte es abominable. Diría que ni siquiera deberíamos discutir quiénes son los dueños de un país. Una discusión así termina siempre en la violencia sin fin. Putin, el más imperialista de los tiranos actuales, dice que Ucrania ni siquiera existe porque Ucrania fue parte de la Rusia de los zares. Los invasores siempre tergiversan la historia; la falsean, la inventan a su antojo.
Pero volvamos a Netanyahu y su ejército vengativo e invasor. Su paranoia asesina, su miedo, es evidente. Le disparan a todo lo que se mueva. Han matado rehenes secuestrados por Hamás que salen con trapos blancos y gritando “no disparen” en perfecto hebreo. No hay rasgos fisionómicos que distingan a los judíos o que los diferencien claramente de los palestinos. Tampoco los latinoamericanos somos ninguna “raza cósmica”. Lo de las razas es un delirio de los peores siglos de la humanidad. Hay judíos que parecen eslavos polacos o arios alemanes, judíos tan medio orientales como cualquier árabe, judíos negros (afro-hebreos) de las tribus perdidas de Etiopía, judíos con tirabuzones que parecen recién salidos de Sefarad… En fin.
El caso es que después del criminal pogromo de Hamás en Israel, la mayor parte de las víctimas ahora están en Gaza y son mujeres y niños palestinos. Esta semana, en el intento de que la hambruna en Gaza no se convierta en un nuevo Holodomor (la hambruna diseñada por Stalin que mató de hambre a millones de campesinos ucranianos), hubo una entrada de víveres en camiones. Los palestinos famélicos se abalanzaron a tratar de apoderarse de alguna bolsa de comida. El paranoico ejército de Israel (para el que cualquier persona que corra es un terrorista) disparó y mató más de cien. Otra horrible e inútil masacre. No es lo que dice Sudáfrica, un genocidio, o lo que dicen por aquí, una copia del Holocausto, pero sin duda es un crimen de guerra más. Esto no disminuye la culpa; hay crímenes de guerra que pueden ser más graves que los genocidios, o al menos dejar más víctimas. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki no fueron un genocidio, pero sí un crimen de guerra que produjo, instantáneamente, 250 mil muertos.
Las víctimas son víctimas, en Gaza, en los kibutz, en Bucha o en Kramatorsk. La invasión vengativa y salvaje de Gaza (un gueto de palestinos con hambre que no pueden salir y están comandados por una banda de fanáticos religiosos) es tan condenable como la invasión de Putin a Ucrania. La única observación que hay que hacer, y que los países del tal sur global no quieren reconocer, es que en el caso de Gaza hubo una provocación y una matanza inaceptable. ¿La respuesta ha sido paranoica, loca, desmesurada, asesina? También, claro que sí.