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En una entrevista reciente le preguntaron a Sergio Jaramillo, uno de los principales negociadores del exitoso Acuerdo de Paz con las FARC en la administración de Juan Manuel Santos, en qué terminarían las negociaciones de paz del gobierno Petro con las bandas criminales de las disidencias, el Clan del Golfo, la Segunda Marquetalia, Calarcá, el ELN, etc. Su respuesta fue clara y concisa: “En llanto”. A eso hemos llegado en este gobierno de la supuesta paz total: a la paz del llanto.
Los ataques terroristas de esta semana, con un helicóptero derribado y un saldo de decenas de muertos en Cali y en Antioquia, así lo demuestran. Petro es coqueto y blando con los criminales, y virulento verbalmente con la oposición legal y pacífica. A esto ha conducido su política errática y ridícula de hacer la paz total con criminales y la guerra verbal con la oposición legítima. Esas mismas bandas y disidencias con quienes Petro coquetea y a los que sube a sus tarimas populistas son las que cometieron el abominable asesinato de Miguel Uribe Turbay.
Bien decían el mismo Jaramillo y Humberto de la Calle, en otro comunicado de estos días, que este gobierno “en lugar de implementar el acuerdo con las comunidades y construir paz y seguridad, empodera a las bandas y disidencias, sentándose con ellas sin unos propósitos y métodos claros y sin un marco legal”. Improvisación, la babosada de que todos los bandidos son buenos en el fondo, simples víctimas del Estado burgués, nos ha traído a esta situación en que las fuerzas legales están siendo secuestradas, humilladas, o aniquiladas con drones de última generación. Dos gobiernos sucesivos, el de Duque y el de Petro, en lugar de implementar el Acuerdo de Paz, que sacó de la guerra a trece mil combatientes y disminuyó radicalmente la violencia en el campo colombiano, se dedicaron a torpedearlo (Duque) o a despreciarlo olímpicamente (Petro).
Todavía vamos a tener que aguantarnos casi un año más de corrupción e ineptitud (por desgracia no hay aquí un régimen parlamentario que permita reemplazar legalmente un gobierno inoperante y dañino), pero en estos meses los partidos que se oponen a este régimen, y que no han vendido su conciencia a cambio de maniobras clientelistas o de bolsas cargadas de billetes (que terminan en parte en bancos de lavado nicaragüenses), tienen que preparar un frente unido para las elecciones al Congreso y para la segunda vuelta presidencial. Un tercio de los votantes se van a seguir tragando el discurso populista de Petro y eso, probablemente, les va a bastar para pasar a segunda vuelta con el candidato que escojan. Ojalá a este no se enfrente, como en las elecciones pasadas, un esperpento por el que también sea imposible votar. Desde el centroizquierda hasta el centroderecha (es decir, desde Sergio Fajardo, Humberto de la Calle, Juan Manuel Galán y Claudia López hasta Mauricio Cárdenas, Aníbal Gaviria y Enrique Peñalosa) hay en este país políticos con los cuales, pese a sus distintos matices ideológicos, se puede debatir democráticamente y con sensatez. Por cualquiera de ellos, en el mismo orden que les doy, y por otros más, yo estaría dispuesto a votar en primera y segunda vuelta.
Lo más importante es que algún corrupto, oportunista, escandaloso y fanático no se cuele y llegue tan lejos que al final no tengamos por quién votar. Este Gobierno, al menos, ha dejado algo en cuanto a inclusión de minorías étnicas y marginados económicos. Bienvenida la diversidad. A quienes honestamente se han incorporado a la discusión pública, se los puede convencer también de la inutilidad de los atajos, el estatismo a ultranza, la complicidad con los criminales y la confrontación radical con la oposición legítima. Es posible atraerlos a la política de las transformaciones y reformas posibles que nos lleven a ser un país más igualitario y mejor, sin exclusiones clasistas o racistas. Frente a tanta violencia y ante tanto desafuero desbordado, es lo mejor que podemos hacer.
