LOS ESPÍAS DEBEN TENER UNA RARA sensación de omnipotencia, un sentimiento megalómano de ser como los dioses, cuando logran meterse en la intimidad de los demás, cuando invaden con sus juguetes electrónicos la vida de los otros.
La vida de los otros, así se llama una magnífica película alemana que a la esposa del presidente Uribe le gustaba mucho mostrarles, en funciones privadas, a funcionarios del DAS y de la Fiscalía, a gente de inteligencia del Ejército y de la Policía. La película cuenta la historia de un espía de la Stasi, en tiempos de la RDA, al que le encomiendan averiguar si un poeta tiene nexos con disidentes anticomunistas que filtraban escritos y denuncias hacia Berlín occidental. El espía se da cuenta de que sí los tiene, pero no le parece culpable de nada repugnante y oculta a sus superiores lo que encuentra.
Este viernes El Espectador reveló que la Unidad Antiterrorismo de la Fiscalía ordenó interceptar los correos electrónicos de más de 150 personas entre columnistas, profesores, periodistas y organizaciones de derechos humanos. Los nombres van desde el decano de Economía de la Universidad de los Andes, pasando por Iván Cepeda —el valeroso defensor de los derechos de los desaparecidos por el Estado— para llegar hasta la misma secretaria de Gobierno del Distrito, Clara López, quien se ha ocupado de los mapas electorales de la parapolítica.
Recuerdo que hace unos meses la revista Semana reveló una grabación íntima entre una ministra y su hermano. Ahí hablaban del color de las paredes de la casa, de la torpeza de ella como decoradora, y aparecía tal vez una palabrota privada y oportuna sobre un presidente vecino. También alguna vez salió la transcripción del trato cariñoso que se daban por teléfono Claudia Gurisatti y el presidente del Polo, Carlos Gaviria. ¿Qué sentido tenía no solamente grabar, sino también transcribir y publicar esas conversaciones? Eran una flagrante violación de la intimidad de cuatro personas, pero se hacían públicas, creo yo, para crear un clima de intimidación: el Gran Hermano te observa y conoce hasta tus conversaciones más anodinas y tus más recónditos pensamientos.
Alguna vez le pregunté al mismo Carlos Gaviria si a él le molestaban esas grabaciones. Me contestó que le daba igual, pues él decía exactamente lo mismo en público que en privado. Me pareció una bonita respuesta de una persona íntegra, que no lleva una doble vida, ni tiene un discurso político para la galería y otro para sus aliados o contrincantes del partido. Sin embargo, ¿todo lo privado se puede o se debe saber? Supongamos que el decano de Economía tenga una alumna que le oculta a su padre que ha perdido una materia o un semestre. Es un asunto académico de una mayor de edad que no quiere que su padre lo sepa, porque éste es, supongamos, un padre iracundo que reaccionaría mal y la mandaría para un convento. ¿Está bien que la Fiscalía intercepte esas llamadas y las divulgue?
El hecho de no estar en la lista de los 150 periodistas y profesores chuzados, me dio un sentimiento de inferioridad. ¿Tan inocuo e inofensivo les parezco a estos espías que no quieren chuzar mi correo y violar mi correspondencia privada? Ahora que conocen todos los amores y amoríos de mis colegas (si es que los tienen), ahora que saben si se escriben con peligrosos comunistas o con fascistas trasnochados, ¿qué habrán sacado en limpio? Nada. Que todos somos humanos, demasiado humanos, y que este espionaje no es otra cosa que una campaña infame por hacernos sentir vigilados hasta en el momento en que entramos al baño. Una campaña de miedo e intimidación.
Entre falsos positivos y espionajes absurdos, entre recompensas para acciones infames y excesivos recursos para la Fuerza Pública (que al parecer ya no sabe en qué gastar ni a quién espiar), nos estamos convirtiendo en un régimen policial sucio, de miedos y sospechas, donde se hace difícil incluso respirar. ¿Es esto lo que se llama seguridad democrática? Nos estamos pareciendo más a esos regímenes del terror que la primera dama ilustraba a las fuerzas de seguridad con una película alemana. Se ve que no aprendieron la lección.