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El jueves pasado firmé 132 diplomas. Cada documento, con un nombre, acreditaba que su titular había ganado el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en determinada categoría. Crónica, noticia, entrevista, opinión, reportaje, investigación, fotografía, etc. Había para prensa, radio, multimedia, televisión, audio, video, texto digital… Había muchos estímulos al periodismo universitario. Además del diploma, los ganadores recibían dinero y una medalla. Algunos trabajos eran colectivos y la plata se la debían repartir. A los ganadores se les invitaba a Bogotá así vivieran fuera de Colombia. No sé cuánto les cuesta a los patrocinadores un premio así, pero está en el orden de los miles de millones de pesos, varios millones de dólares cada año. Los patrocina el Grupo Bolívar y lleva casi medio siglo haciéndolo (47 años). A su cabeza han estado dos mujeres: antes, Ivonne Nicholls, más de 30 años, y Silvia Martínez, desde hace 10. Ambas han hecho un trabajo organizativo notable.
Es obvio que se puede criticar este tipo de reconocimientos a la seriedad, la creatividad, las ganas de ejercer bien el complejo oficio de investigar, buscar la verdad, mantener la independencia del dinero o del poder, escarbar en aquello que se quiere ocultar, para luego publicarlo e informar a los ciudadanos. Ninguna actividad humana es infalible. Muchos dirán —con razón o sin ella— que habría sido mejor premiar a este y no a aquella, a esta en lugar de aquel. Es posible. Pero, ante todo, tengan en cuenta que se premia a aquellos que se presentan (es decir, a quienes confían en el Premio Simón Bolívar y están dispuestos a recibirlo). Se entiende que quienes no se inscriben no confían o no están interesados. Los únicos premios para los que no hay que postularse son los dos más importantes: el de Periodista del Año, y el de Vida y Obra, que este año recayeron en dos maestros de la profesión, Daniel Coronell y Fidel Cano.
Hace mucho tiempo, en el milenio pasado, yo me gané un premio Simón Bolívar por un artículo de opinión. Para mí fue una dicha y un gran estímulo para seguir aquí. Hasta hace poco el diploma estaba enmarcado en la casa de mi mamá, que estaba más orgullosa que yo. El premio en metálico, en aquel momento, significaba varios meses de sueldo, otra dicha inesperada. Esta vez, durante el discurso que me tocó decir en la ceremonia de entrega, yo veía las caras de los jóvenes premiados y notaba la dicha, el brillo en los ojos, la emoción. Les dije que me gustaría estar en su lugar: mejor 30 años menos y recibir un premio, que 30 años más y entregar el diploma. Los que reciben premios están de entrada en la vida; los que los entregamos, de salida. Pero así son las cosas y está bien.
El presidente Petro asistió a la ceremonia de entrega de los premios y esto debió ser emocionante para algunos de los premiados. Su presencia es una muestra de respeto al periodismo independiente y a unos premios que, sin duda, son los más importantes que se dan al periodismo colombiano. Quizá lo único malo que se pueda decir de la presencia del presidente es su extraña costumbre de llegar tarde a todo. Tuvimos que esperarlo una hora. Yo, sin embargo, mientras aguardábamos sentados en el escenario de un teatro lleno a reventar, no perdí mi tiempo. Escribí un pequeño apólogo: “Esperando a Petrot”. Quizás algún día lo publique. Lo bueno de mi oficio es que uno puede escribir en cualquier parte.
El discurso del presidente, que cerró el acto, fue interesante. Dijo que todavía se sentía un congresista, más que un presidente. Dijo que en la freudiana división entre Eros y Thánatos, el capitalismo era Thánatos. También dijo que ahora el Estado no tenía poder; que él no era el poder. Que el dueño del poder era Thánatos y que el cambio climático llevará a la desaparición de la humanidad. El tono apocalíptico nos deprimió un poco. En la fiesta, sin embargo, brindé con muchos de los ganadores, antes del fin del mundo.
