Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A pesar del título de este artículo, y como un aguinaldo optimista que doy y que me doy, quisiera concentrarme solamente en lo primero, en lo bueno que veo hasta ahora en el gobierno de Petro. No pienso cerrar los ojos ni a lo feo ni a lo malo (que de eso he visto y veo mucho también), pero por algo será que tenemos dos ojos y no sólo uno, y siempre hay que esforzarse por mirar a izquierda y a derecha con tranquilidad. No todas las buenas intenciones de este gobierno están empedrando el camino del infierno.
Una buena noticia de fin de año es que se haya concertado y no impuesto por decreto el salario mínimo. Ni las centrales obreras se obstinaron en el abismo inflacionario del maximalismo sin bases reales, ni los gremios económicos se concentraron en la preservación a ultranza de sus intereses. Y el gobierno, en lugar de sentenciar con un báculo lo que está bien o mal para el país, preservó la negociación de los intereses legítimos de los trabajadores y de los empresarios, sin el enfrentamiento exacerbado, sin portazos y sin declaraciones dolidas o destempladas. En un arreglo ninguna de las dos partes debe quedar radiante y feliz; ambas deben sentir que tal vez cedieron demasiado, o que podrían haber logrado un poco más. A diferencia del fútbol, donde lo mejor es ganar, en estos temas de intereses enfrentados es siempre preferible un empate. En un país que parece hervir de ira a toda hora, convienen mucho los gestos de acuerdo y moderación.
En el gobierno hay un adulto responsable al que se puede hacer pasar al tablero porque conoce bien las cifras y tiene los pies en la tierra. Se trata del profesor, economista y sociólogo José Antonio Ocampo. Es progresista, pero sabe que los recursos son limitados y que es imposible derrotar la injusticia y la desigualdad a fuerza de órdenes que no se pueden cumplir o de trucos de magia que no salen. Ser realista no significa que uno no quiera combatir la pobreza o disminuir la desigualdad. El realista le ayuda al desfavorecido para que salga de su condición poniendo de su parte con trabajo y esfuerzo, sin limitarse al regalo del subsidio que solo soluciona el problema inmediato, a corto plazo. El realista sabe que el dinero huye a otras latitudes si se lo asfixia, y que por eso más vale apretar sin asfixiar. Hay quienes gritan y producen pánico económico; este habla y explica y calma las aguas. Ojalá este adulto responsable no tenga mucha nostalgia de Columbia y se quede en Colombia. No por el bien de él, sino del país.
De las cosas que más me gustan de este gobierno es la diversidad de clase, de origen, de color, de atuendo y de actitud de muchos jóvenes que lo apoyan y lo componen. Estábamos acostumbrados a que para ser funcionarios las personas se tenían que disfrazar de niños bien, es decir bien peinados, bien trajeados, de ser posible de vestido sastre o de corbata, con el uniforme de los Andes o del Rosario o del Opus, sin piercing ni tatuajes ni afro ni mochilas tejidas. Me encanta el escándalo del los biempensantes por unos tenis, una túnica colorida o una camisa étnica. Está bien que la gente se vista como le dé la gana y que el pelo y la piel tengan todas las tonalidades y colores. Eso no garantiza nada. El indígena o el negro o el gitano pueden ser tan corruptos como cualquier encorbatado “de buena familia”, pero también pueden ser igual de competentes o más. Ojalá consigan al menos las tierras prometidas en el acuerdo de paz.
No sé si estaba hablando para la audiencia europea, y no para sus partidarios más radicales, cuando Petro le dijo a Juan Diego Quesada, de El País de España, que “rechazar la democracia liberal lleva hacia dictaduras y autoritarismos”. En alguien que antes de ser elegido afirmaba que en Colombia no había democracia, decir esto parece contener un asomo de autocrítica y corrección. Hasta aquí lo bueno que veo por el ojo derecho. Lo feo y lo malo que veo por el izquierdo lo he dicho antes y lo diré después.
