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Lo más grave del año 22

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Héctor Abad Faciolince
24 de diciembre de 2022 - 05:00 a. m.
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A los colombianos, quizá para consolarnos de nuestra insignificancia económica y estratégica en el mundo contemporáneo, nos encanta mirarnos el ombligo. Hurgamos en la mugre y en el mal olor que se esconde entre los pliegues de ese pequeño hueco y de verdad llegamos a pensar que nuestros problemas, soluciones y propuestas tienen alguna importancia en la agenda política internacional. Es más, si uno se ocupa de asuntos de política exterior, nuestros opinadores provincianos —incluyendo a los de la capital— piensan que estamos evadiendo los temas fundamentales, que para ellos son, por supuesto, los del tejemaneje político local.

Lo peor, lo más trascendental y trágico ocurrido en este año que termina, no sucedió en estos tristes trópicos. El escenario donde se está jugando el futuro del mundo —y por ende, también el nuestro— ocurrió y sigue ocurriendo en las fronteras entre Europa y Asia. La invasión rusa a Ucrania y la guerra que ahora libran los rusos (con armamento propio, pero también iraní y norcoreano, con dinero chino) contra el pueblo ucraniano (que cuenta con armamento occidental, con plata europea y norteamericana) es la verdadera tragedia de este año y el sitio donde posiblemente se va a decidir la suerte del mundo entero, incluidos nosotros. Las libertades y la democracia están en juego allá, mucho más que acá. Aquí, si mucho, seremos un pálido reflejo de ese conflicto, mucho más cercano de lo que parece.

La guerra civil española, en la frontera occidental de Europa, fue el ensayo general de la Segunda Guerra Mundial. Las potencias occidentales abandonaron a la república española y dejaron que el fascismo italiano y alemán ganara la guerra y que los republicanos no tuvieran más remedio que entregarse a la influencia feroz de la Unión Soviética, la única potencia que más o menos los apoyó (el abrazo del oso) con tal de que destruyeran todo aquello que no siguiera el dogma de la religión comunista (trotskistas desobedientes, anarquistas locos, liberales tibios). Así mismo, la guerra imperialista en Ucrania, que Rusia concibe como una guerra civil (porque Putin cree que Ucrania no existe y es simplemente una parte del imperio ruso), podría ser también un ensayo general de la Tercera Guerra Mundial, es decir, del armamento occidental contra las armas de Rusia y sus aliados.

Esta semana, con la visita del alter ego de Putin —Medvedev— a China y con el viaje oficial de Zelenski a Washington, las grandes potencias del mundo se enseñan los dientes. Este es el año en que Alemania decidió (después de 75 años de pacifismo) volver a armarse hasta los dientes. El año en que Japón ha resuelto aumentar de un modo considerable su presupuesto de defensa. El año en que países que preferían ser neutrales tuvieron que optar por el paraguas de la OTAN (Suecia y Finlandia), cuando sintieron en la nuca el aliento del imperio ruso.

Lo más grave de la situación del mundo actual es que las dos perspectivas son pésimas. Si Rusia triunfa y aplasta a Ucrania, habrá un imperio prepotente y arrogante en la frontera de Europa, que querrá “recuperar” la antigua zona de influencia soviética en los países bálticos, Polonia, Hungría, Rumania… Si en cambio Putin se da cuenta, como ha ocurrido en este primer año de guerra, de que Ucrania y las armas de Occidente lo derrotan, la tentación de usar armamento nuclear será más grande. Hoy se vislumbran solo dos soluciones, ambas muy improbables: que el ejército, el pueblo o los oligarcas rusos se rebelen y derroquen a su tirano (el primer y casi único culpable de la tragedia que vivimos), o que las circunstancias obliguen a Rusia y a Ucrania a hacer un acuerdo de paz que no sea impresentable para ninguno de los dos países. Pero pedirle al país invadido, martirizado, masacrado que haga un acuerdo de paz con su verdugo es pedir demasiado. Y pedir que derroquen a un tirano que maneja todas las cuerdas del poder es confiar en un heroísmo que muy pocos rusos tienen.

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