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Hay una serie de televisión italiana que me gusta mucho ver de vez en cuando. Se llama El comisario Montalbano y está inspirada en las novelas de negras de Andrea Camilleri que durante años ha publicado la magnífica editorial Sellerio, de Palermo. Allí el mar, la arquitectura barroca y la gastronomía siciliana aparecen en todo su esplendor, y a uno se le hacen agua la boca y los ojos al ver tantas delicias y tanta belleza. Montalbano, el detective irónico y malgeniado, resuelve con ingenio crímenes de la mafia. En general se asiste a asesinatos muy duros, pero, digámoslo así, “limpios”: un tiro en el corazón o en la cabeza. A veces, sin embargo, muy pocas veces afortunadamente, aparece un cadáver torturado, desmembrado. Y uno de los personajes más gruñones y mejor logrados de la serie, el médico forense Pasquano, al ver estos cuerpos descuartizados, suele exclamar: “¿Pero qué es esto? ¿Nos estamos volviendo colombianos?”.
En los últimos meses he seguido con horror e incredulidad la serie de la televisión colombiana (real, no ficticia, real como un taburete) en la que los noticieros nos cuentan la aparición, uno tras otro, de decenas de cuerpos humanos empacados en bolsas o en costales, torturados y descuartizados. ¿Qué es esto? No cabe duda de que seguimos siendo colombianos, una cultura enferma, una potencia de la muerte y de la violencia más cruel, más sucia y más salvaje. El 23 de enero: “hombre de unos 35 años apareció desmembrado y entre costales a orillas del Canal Arzobispo, en Teusaquillo”. El 1 de abril: “en el centro de Bogotá, en bolsas negras de basura, se encontraron las partes mutiladas e incineradas de un hombre joven. Los pedazos estaban frescos, ni siquiera en proceso de descomposición”, dice El Tiempo. Cuerpos flotando en los ríos, torturados, degollados, asfixiados, atados de pies y manos.
En Segovia, Antioquia, a principios de agosto, los asesinos graban a su víctima mientras la torturan y cuelgan en redes el horror haciendo alarde de su insania. Su víctima aparece después desmembrada por los verdugos y con advertencias de que lo mismo les espera a otros. Los que descuartizan, además de torturar y matar, mandan un mensaje de terror y de miedo. El 27 de marzo, otra vez en el centro de Bogotá, “el cadáver de un hombre fue hallado en la calle, envuelto en un colchón rojo. La necropsia realizada por los forenses evidenció que tenía 161 heridas con arma blanca”. El viernes antepasado, cuatro cuerpos torturados y masacrados dentro de una camioneta Toyota Prado. Esta misma semana, otros tres cuerpos envueltos en bolsas de plástico hallados en la localidad Kennedy. Ya estoy mareado, con náuseas, no les doy más detalles. En los últimos seis meses, solo en Bogotá, han aparecido 19 cuerpos descuartizados.
¿Habrá algún otro país en el mundo donde existan eso que en Colombia se llama “casas de pique”? Así empezaron a decirle en Buenaventura a los lugares donde torturan y pican a seres humanos. Y esta aberración la cometen otros seres humanos. ¿No vemos este infierno, colombianos? El mismo nombre, casas de pique, da indicios de nuestras enfermedades culturales, sociales y mentales. Es desesperante, es asqueroso, es horrendo. El nuevo gobierno declara que su principal propósito es convertir a Colombia en un lugar para vivir sabroso y en la primera potencia mundial de la vida. No pido tanto. Si al menos Petro consiguiera que no siguiéramos siendo una potencia mundial del horror, ya sería mucho. Por lo pronto, seguimos viviendo en el país del espanto.
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Rectificación: A solicitud de la firma MPa, representante de Avianca, y del abogado en derecho punitivo Luis Carlos Reyes, me permito rectificar mi columna del domingo pasado. Según me informa AV, un expresidente y su esposa llegaron a Toronto en un vuelo de Air Canada que tuvo nueve minutos de retraso. Por tal motivo, y no por decisión del piloto (como yo hipoticé erróneamente), no pudieron ser embarcados. Celebro que el maltrato padecido por el dignatario no obedeciera a motivos políticos. Confirmo, sin embargo, que el expresidente y su esposa fueron maltratados verbalmente, que parte de su equipaje llegó a Bogotá en el avión al que no se les permitió entrar pese a contar con pasabordos y a haberse presentado una hora y media antes de la salida del vuelo. También confirmo que el trayecto Toronto Bogotá no les ha sido reembolsado.