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Tengo una hipótesis sobre el origen que podría tener en español la curiosa expresión “echarse un polvo”. Creo que viene de uno de los relatos más conocidos del Antiguo Testamento, y concretamente de cuando Judá, en el Génesis, le da la orden a su hijo Onán de casarse con Tamar, la viuda de su hermano Er, el primogénito de Judá muerto por castigo divino. Onán, obedeciendo la Ley del Levirato, se casa con su cuñada Tamar, pero evita tener hijos con ella mediante el antiguo método del coitus interruptus (también conocido como “echar reversa”). Así lo cuenta el Génesis: “Pero Onán, sabiendo que la prole no sería suya, cuando entraba en Tamar, la mujer de su hermano, derramaba su semen en el polvo de la tierra, por no darle prole”. Supongo que “echar un polvo”, en principio, significaba tener sexo tratando de evitar las posibles consecuencias de este, derramándose en el polvo.
Ahí lo dejo, porque este artículo es sobre otros polvos. O sobre los mismos, pero con otros métodos anticonceptivos. Sobre los polvos colonialistas y sobre el nuevo oro blanco colombiano, que ya no es el platino, sino la cocaína, el oro en polvo de los narcos. Cuando los españoles vinieron a conquistar estas tierras allende los mares, era muy común que, tras ganar una batalla con sus arcabuces, sus perros mastines y sus caballos, sellaran la paz con los caciques derrotados recibiendo ofrendas de estos últimos. Tales ofrendas solían ser oro en polvo (o en brazaletes y narigueras), polvo de coca (mambe) y muchachas núbiles. Los conquistadores también daban lo suyo, espejismos: cuentas de colores y vidrios azogados (espejitos).
Uno pensaría que estas prendas para sellar la paz solamente ocurrían, como dicen los versos de Foscolo, “en tiempos de las bárbaras naciones”. Basta, sin embargo, un paseo por las calles de Medellín, en el barrio Provenza (corazón de El Poblado), o en Manila o en ciertos sectores de Laureles, la Setenta, etc. para comprobar que la vieja costumbre colonial sigue intacta. Gringos de barbas rojas y enormes bigotes, cincuentones calvos en busca de polvos raros en el trópico, reciben aquí de los proxenetas, alcahuetes y caciques locales, exactamente lo mismo: polvo de coca (ya no en mambe sino en alcaloide más puro, cocaína), que es como decir oro blanco en polvo, y muchachas núbiles.
Si antes Camboya, Indonesia, Filipinas y otras naciones del Pacífico eran la Meca de las peregrinaciones sexuales de los países ricos, ahora Medellín (más conocida como Medejean) se ha convertido en el gran imán de los conquistadores sexuales que quieren bluyinear y echarse un polvo. O muchos, por ojos, nariz y boca, además de las partes pudendas. La cultura mafiosa, que básicamente significa “la plata lo compra todo” (la ley, el sexo, la prohibición del ruido, la rumba perpetua, el burdel al aire libre) entronca perfectamente con el turismo que combina viagra, cocaína, anfetaminas y minas, para decirlo en lunfardo. Y, para sellar la paz, los nuevos conquistadores entregan algunas migajas de sus espejismos: billetes verdes que cada día equivalen a más y más devaluados pesos. Por cien dólares, quinientos mil pesos, se consiguen tres polvos con tres minas distintas. No hay polvos más baratos en el mundo.
El peor alcalde que haya tenido nunca en su historia Medellín, el farsante Daniel Quintero, mientras tanto, se dedica a sus ridículas peleítas en Twitter y a sus negocios clientelistas. Sus allegados del mundo que combina plata, fiestas, bulla y política, hacen rumbas a todo volumen, invitan periodistas y le entregan a cada uno (escojan) una tableta u 800 mil pesos en efectivo. Este es el cacique que tenemos ahora y esta la ciudad que nos merecemos por haber elegido un esperpento y un espejismo así. Un disociador, un mentiroso y un malbaratador del dinero de las niñas que, sin educación, serán las futuras minas.
