Publicidad

Los votos del manicomio

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Héctor Abad Faciolince
16 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Las elecciones en Colombia no han sido nunca un ejemplo de pulcritud. Recuerdo que de niño, cuando mi abuelo me llevaba a verlo votar, o más pomposamente, a aprender-democracia-en-la-sagrada-urna-del-sufragio-universal, él se indignaba cuando veía a una fila de campesinos a quienes los representantes del partido Conservador en Antioquia les entregaban el sobrecito cerrado con el voto de los candidatos por quienes debían votar.

Los encargados godos de cada puesto electoral vigilaban a los campesinos de ruana, y no les quitaban la mirada de encima hasta que depositaban ese mismo sobre en la urna electoral. Resoplando furioso, el abuelo me metía el pequeño índice en la tinta indeleble, más roja que la sangre. Por supuesto que lo mismo hacían los miembros del partido Liberal en la Costa Atlántica, pero eso a mi abuelo —liberal hasta el tuétano— parecía indignarlo menos. Siempre nos indigna la trampa que hacen los contrincantes y vemos con indulgencia las trampas de los copartidarios, que en este caso calificamos de picardía, de malicia indígena o de “qué le vamos a hacer si en la Costa siempre ha sido así”.

Colombia no tiene tampoco el monopolio de la corrupción electoral. Hay una breve novela de Italo Calvino, La jornada de un escrutador electoral, en la que se nos cuenta la experiencia de un escrutador del partido Comunista a quien le corresponde vigilar las mesas de votación en el Cottolengo de Turín (una institución religiosa, especie de manicomio de caridad donde viven miles de personas, como se dice ahora, “en condición de discapacidad”). Monjas abnegadas, curas acuciosos, sacristanes, acompañan a la masa de ancianos con demencia senil, a jóvenes fronterizos o con síndrome de down, a mujeres doblegadas por el alzhéimer, a depositar su voto por el partido católico, la Democracia Cristiana. Amerigo Ormea, el escrutador, se pregunta entonces por el sentido de la libertad personal y escupe teorías marxistas sobre la opresión. Pero sus certezas caen cuando conoce mejor a una monja que dedica su vida a cuidar a los enfermos, sin esperar nada a cambio, y cuando ve a un padre que se pasa las horas pelándole almendras a su hijo con retardo mental. Hay allí algo más hondo y más humano que la simple trama electoral. Tal vez ese padre y esa monja tengan derecho a decidir por quién debe votar el enfermo.

En Colombia el fraude empieza incluso desde el nombre mismo de los partidos, que es deliberadamente engañoso. El Partido de la U nunca fue de la unión. Aunque no lo dijeran explícitamente, esa U correspondía al apellido del político que se lo inventó: Uribe. Y los políticos de la U —antes de Uribe y ahora de Santos, que son los mismos— han sido siempre hábiles manzanillos, siempre en la cuerda floja entre lo sucio y lo legal. Ahora a Uribe le ha tocado tomar de la misma amarga medicina que el partido que fue suyo se inventó. Fraude es también llamar de centro a un partido que no es de centro, sino de derecha. Llamar centro a la derecha es un engaño al elector, para empezar. Ellos se definen de centro porque les conviene como propaganda, pero es una publicidad engañosa. Llamar de centro a Pablo Victoria, a José Obdulio, a Ernesto Macías Tovar o al mismo senador Uribe es como para morirse de risa. Es como decirle de centro a la guerrilla de las Farc.

Pero vamos al fondo de la cuestión. Incluso aceptando, en gracia de discusión, que todos los fraudes denunciados por el Centro Democrático se comprobaran como efectivamente cometidos (250 mil votos más), la composición del Congreso sería casi igual: una sólida mayoría para los tres partidos de la coalición del gobierno (la U, los liberales y Cambio Radical), con la posibilidad de apoyo de al menos la mitad de los conservadores, y la oposición, a la derecha, de 21 senadores uribistas, y a la izquierda de 10 verdes o polistas. Lo que se denuncia, pues, no altera para nada la lánguida foto electoral. Y esto lo vería hasta un bobo del Cottolengo de Turín.

 

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.