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Ocurrió aquí con el asesinato de Miguel Uribe Turbay, y está ocurriendo en muchas partes del mundo con el asesinato de Charlie Kirk, el joven activista evangélico de extrema derecha, asesinado en la Universidad de Utah el miércoles pasado. Personas que se sitúan en la orilla política opuesta publican las declaraciones más extremas del muerto y a renglón seguido, tácita o explícitamente, justifican o celebran que alguien le haya pegado a mansalva un tiro en la nuca. Un principio liberal ilustrado, que está en la base de dos derechos humanos inalienables, dice que todas las personas podemos pensar libremente lo que queramos, y no solo pensarlo, sino decirlo. Los pensamientos son libres, y también la expresión de esos pensamientos.
Tener derecho a pensar lo que queramos, y a decirlo, no quiere decir que todo lo que se piensa o dice deba ser respetado. Lo que se respeta es el derecho a pensarlo y a expresarlo, pero todos tenemos el derecho simétrico a pensar diversamente y a debatir un pensamiento ajeno con todo el énfasis, toda la fuerza argumentativa o retórica de que seamos capaces. Tenemos incluso derecho a ironizar, a burlarnos, a hacer parecer ridículo el pensamiento ajeno. A lo que no tenemos derecho es a callar al otro violentamente y mucho menos a matarlo, o a incitar a matarlo por lo que piensa o dice.
Hay países en los que ciertos discursos están prohibidos por ley. En Alemania, por ejemplo, se castiga penalmente la negación del Holocausto judío a manos de los nazis. Los que lo hagan pueden ser multados y eventualmente detenidos, pero nadie los puede matar. En Estados Unidos, en Francia, o aquí mismo en Colombia, está permitido negar el Holocausto, y permitido rebatir o insultar a quienes lo niegan, pero no está permitido golpear y mucho menos matar a quienes piensen así. Kirk negaba el genocidio de los palestinos en Gaza; esta negación, por mucho que uno esté en desacuerdo con ella, es legal aquí y allá. Tengo todo el derecho a discutirla, debatirla, a enojarme con quienes esto afirman, pero no puedo negar su derecho a expresar esa opinión, y mucho menos puedo intentar suprimir ese derecho por medio de la violencia.
Aquí llegamos a un punto más cercano a la contradicción lógica. Si aceptamos el principio de que todo el mundo puede pensar y decir lo que quiera (sin llegar nunca a la violencia), qué hacer ya no con el pensamiento (que es mudo, un acto mental interior), sino con la expresión que celebra la muerte violenta o incita a matar a quienes piensan de determinada manera. Para seguir con el ejemplo de actualidad en Colombia (Miguel Uribe) y en EE. UU. (Charles Kirk): ¿celebrar o justificar su asesinato cae dentro de los límites de la libertad de expresión?
No soy jurista, pero creo que al menos dentro de la legislación colombiana la Ley 1482 de 2011 lo prohíbe al sentenciar que “el que promueva o instigue actos, conductas o comportamientos constitutivos de hostigamiento, orientados a causarle daño físico o moral a una persona (…) por razón de su (…) ideología política o filosófica, (…) incurrirá en prisión de 12 a 36 meses y multa de 10 a 15 salarios mínimos legales mensuales”. Menos mal que no soy abogado. El daño físico lo entiendo muy bien; el “daño moral” por razón de “la ideología política”, me resulta más difícil de tipificar y compadezco a los jueces que lo tengan que decidir.
En todo caso, más allá de la sanción penal que pueda haber, de lo que sí estoy convencido es de que es una pésima idea para la convivencia pacífica (aquí o en EE. UU.) que se justifique el asesinato de una persona simplemente por sus opiniones, así estas sean de extrema derecha o de extrema izquierda, de fanatismo religioso o fanatismo político. Cuando en el pensamiento y en su expresión empezamos a justificar el asesinato de quienes no piensan como nosotros, los países corren el grave riesgo de precipitarse en la peor manifestación de violencia fratricida: la guerra civil.
