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Mis candidatos sin ángel

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Héctor Abad Faciolince
05 de junio de 2022 - 05:30 a. m.
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“Perder es cuestión de método”, sentenció hace años el título de una novela colombiana. Alguna vez, ocupándome del equipo de fútbol que me hacía sufrir en la infancia (de tanto sufrir tengo un callo que parece casco), el Deportivo Independiente Medellín, le dediqué una nota que se llama “Delicias de la derrota”. Allí señalaba algunos de los consuelos que, disfrazados de risa, solemos repetir los sufridos seguidores del Poderoso: “Yo estoy con el Medellín, pierda o empate”. O bien: “Yo estoy con el DIM, aunque gane”. Y, ya llegando al límite del humor negro, como uno de los hinchas más connotados de mi equipo, el poeta Darío Jaramillo, que perdió una pierna en la explosión de una mina quiebrapatas, disculpen la crueldad de este exabrupto: “Cómo estará de mal el DIM que hasta sus hinchas son mochos”.

Cuando el gran magistrado Carlos Gaviria, mi candidato de entonces, perdió las elecciones contra Álvaro Uribe en el año 2006, citó una frase de Borges que también intenta consolarnos, ya no por el camino del humor, sino de la poesía: “Yo sé (todos lo saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. En ese mismo texto Borges conjetura que algún día, o, mejor, en otra reencarnación, el Sur humillará al Norte, el viejo hidalgo Alonso Quijano conocerá el amor de Dulcinea, y el valeroso Héctor, domador de caballos, atravesará con su lanza el escudo y el pecho del divino Aquiles. En esa futura vida imaginaria Carlos Gaviria derrota a Álvaro Uribe.

Recuerdo la ilusión de una semana —una sola, luminosa y ebria semana— en que las encuestas aseguraron que el gran rector de blanquísimas nalgas, el lituano Antanas Mockus, le ganaría las elecciones al candidato ungido por el uribismo, Juan Manuel Santos. También ese triunfo se desvaneció como el vapor de agua que empaña el espejo de la mañana. Por ocho días brincamos y reímos, seguros de la victoria, y la desilusión nos esperaba al amanecer de un domingo traicionero.

Esta vez, con quien era sin duda la mejor opción para Colombia, Sergio Fajardo, el del mejor programa, el del equipo más serio y estudioso, el más limpio y honrado, para no decepcionarnos con lo que era una derrota anunciada, no nos ilusionamos ni una sola semana. Fajardo salió a la batalla con la frente en alto de los condenados injustamente. Aceptó la derrota como cuando Sócrates fue condenado a muerte por la mayoría del Senado de Atenas, o como cuando la Inquisición le ordenó a Galileo decir que la Tierra estaba quieta en la mitad del cosmos. Perdimos, pudo decir Fajardo, pero la Tierra se mueve: “Eppur si muove”. Lo derrotaron muchas cosas, entre otras las mentiras de un alcalde corrupto (Quintero), los infames insultos de Petro y sus secuaces, las artimañas legales de un expresidente impresentable (César Gaviria), y hasta las venganzas de una exesposa que delira de codicia en el chantaje de un divorcio.

Quedan en pie, para la vuelta final, dos candidatos indignos de ser presidentes. Ambos han tenido, Petro antes y ahora el ingeniero, un mismo ángel del ingenio de la propaganda: Ángel Beccassino, rey Midas del eslogan popular. Por Petro no puedo votar, entre muchos otros motivos psicológicos e ideológicos, por su traición a Carlos Gaviria. Cambiaba por la noche las decisiones que se habían tomado durante el día y presentaba actas con otras conclusiones. Mi único testigo no es un muerto —el mismo Carlos, que me lo dijo—, como se me acusó, sino también Consuelo Gaitán, exdirectora de la Biblioteca Nacional (entonces secretaria privada de Gaviria), y otro miembro del mismo partido (hoy magistrado de la JEP), Rodolfo Arango. Por el ingeniero tampoco puedo votar porque su bandera es la anticorrupción y su ficha en Antioquia es el pupilo y cómplice de Luis Pérez, que juega a dos bandas.

En conclusión, ir a ver ballenas me parece un ejercicio mucho más sano, ecológico y democrático que ensuciarme las manos con un voto que no representa lo que pienso y creo.

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