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Morirse de aire

Héctor Abad Faciolince

07 de abril de 2017 - 10:22 p. m.

Es mucho más probable que a usted o a mí nos mate un accidente de tráfico, o la mala calidad del aire, que la bala de un guerrillero, un ladrón o un paramilitar. Antes a mis amigos los mataban las balas; ahora los matan las motos, los carros, los taxis, o el aire que esos mismos vehículos emiten en las ciudades. Los mata la asfixia o el accidente; los mata el cáncer o la neumonía. A los políticos les encanta marchar contra otros políticos que odian, y anunciar que la muerte tiene cara de guerrillero, de soldado, de policía o de paramilitar. Pero si se midiera la verdadera dimensión de los problemas deberíamos marchar contra el diésel y la gasolina, contra el exceso de velocidad, contra la descontrolada proliferación de carros y motos, y contra todos aquellos que se enriquecen a cambio de enfermarnos.

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En lugar de marchar contra los políticos que firmaron la paz o contra los tribunales especiales para saber la verdad, deberíamos marchar contra los políticos que no privilegian el transporte público limpio en lugar del transporte individual; deberíamos marchar contra la política que no les pone límites a las emisiones o a la velocidad; contra los políticos que no estimulan la caminata o la bicicleta; contra los que mienten diciendo que comprarse una moto es la solución ideal para los pobres y comprarse otro carro lo mejor para los ricos. Contra aquellos que, por una supuesta defensa del comercio, llenan de enfermos los hospitales. Cuando se observan las cifras de la salud pública se sabe que las prioridades son históricas, y que la prioridad de hoy es la ambiental.

A veces pasa que en ciudades separadas por el océano (y por las más abismales diferencias culturales) ocurren al mismo tiempo las mismas cosas. En Londres y en Medellín pasó lo mismo esta semana: se declaró una alerta ambiental por la mala calidad del aire. La reacción de las autoridades, sin embargo, fue muy distinta. El alcalde de Londres exigió a los fabricantes de carros y camiones que reemplazaran el diésel por gasolina limpia; destinó más recursos para el estímulo de las bicicletas y los vehículos híbridos; decidió reforzar los peajes urbanos que desestimulen el uso del automóvil en ciertas zonas y reconoció los efectos devastadores del aire contaminado en la salud de los niños y ancianos. No dijo que la imagen de Londres se iba a afectar.

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El secretario de Gobierno de Medellín, Santiago Gómez, y alcalde encargado, ante las alertas emitidas incluso por entes municipales, y de muchos médicos, declaró que esto era desinformación, que Medellín “no es una ciudad contaminada”, que “los carros y las motos mueven la ciudad”, y que la gente “tiene moto porque el sistema es muy costoso y hay muy mal transporte público”. Añadió que insistir en la calidad del aire puede afectar nuestro turismo de eventos y hacer que menos pacientes extranjeros vengan a operarse. Y terminó diciendo que ni siquiera se sabe cuántos cigarrillos dan cáncer, así que menos se sabe cuál es la mala calidad del aire que enferma o mata a las personas.

En lo que dice el alcalde encargado lo único que no es mentira es que el transporte público es todavía malo y costoso (aunque sea el menos malo del país). Pero un alcalde no justifica así la compra enloquecida de motos, sino que propone remedios. Transporte público integrado, energía limpia, bicicletas. Un buen concejal, Daniel Carvalho, nos da cifras precisas: en Medellín había 300 mil motos en 2007, hoy hay unas 800 mil y al ritmo que van serán más de dos millones dentro de tres años. El incremento en los carros también es inmenso. Y como es obvio, las muertes en accidentes de tránsito (sobre todo motos y peatones) ya son casi iguales al número de homicidios: alrededor de 400 al año. Pero a estas muertes se deben sumar al menos una parte de los decesos por enfermedades respiratorias, que son más de 7 mil anuales. Es de esto de lo que más nos estamos muriendo prematuramente, y es a esto a lo que hay que darle solución.

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