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Se dice que el poder es siempre igual (despreciable), que todos los presidentes son iguales (megalómanos) y que por lo tanto da lo mismo cualquier cosa. Petro, por ejemplo, ha declarado que Biden y Putin son la misma vaina. Si a eso vamos, quizá tampoco distinga entre Carter y Trump. Todo es igual, nadie es peor. Como no me resigno a esta comodidad de alzar los hombros y mirar para otro lado, voy a señalar tres puntos del discurso pronunciado por Trump el día de Navidad que acaba de pasar. Tres puntos en los que este oligarca aliado de oligarcas insinúa y no oculta sus pretensiones imperiales.
Primer punto: Trump les deseó Feliz Navidad a Panamá y a los ciudadanos chinos que trabajan allí, según él, ilegalmente. Luego recordó que el canal era suyo (es decir, de los gringos) por las 38 mil vidas blancas perdidas durante su construcción. Obviamente las vidas negras, indígenas, chinas, mestizas y nativas no cuentan. Cuentan solo las suyas. Tampoco recordó, por supuesto, que Panamá fue desmembrada de Colombia por voluntad imperial de Theodore Roosevelt. Todo esto envuelto en la no muy velada amenaza de volver a tomarse el canal si los panameños no le obedecen en lo que él diga.
Segundo punto: Trump le deseó también Feliz Navidad “al gobernador de Canadá, Justin Trudeau”, felicitándolo por los altos impuestos que cobra allá para poder proporcionar salud y educación no privadas, sino públicas (es decir, comunistas). Luego les ofreció a los oligarcas y magnates canadienses lo siguiente: “Si Canadá se convirtiera en nuestro Estado 51º, los impuestos se reducirían en más de un 60 %, todas las empresas duplicarían inmediatamente su tamaño y los canadienses tendrían la mayor protección militar del mundo”.
Y tercer punto: otros deseos de Feliz Navidad de Trump, esta vez “al pueblo de Groenlandia, al que Estados Unidos necesita por razones de seguridad nacional, y que quiere que Estados Unidos esté allí, ¡y allí estaremos!”.
Ahora se va entendiendo mejor por qué a Trump le gusta tanto Putin y por qué su cariño es fielmente correspondido por el ruso. Porque ambos son imperialistas; porque para ellos la fuerza es mucho más importante que el derecho; porque los pueblos independientes no pueden decidir su propio destino sino que se deben rendir al mandato de los pueblos más blancos, más ricos, poderosos y por ende superiores. Y estos pueblos blancos, ricos y superiores necesitan, como ya declaraba Hitler antes de invadir a Polonia, Lebensraum, espacio vital. O tal como pactó Hitler con Stalin: Alemania y Rusia se reparten a Europa Central según “Zonas de Influencia”, así: Polonia para Alemania, Ucrania para Rusia, y todos tan contentos.
Naturalmente, si estos planes expansionistas e imperiales de Trump se concretaran, en cada una de las regiones mencionadas habría oligarcas y rastacueros dispuestos a celebrar la anexión de sus naciones al país más poderoso, EE. UU. Y en la paz total americana Trump y Putin se darían la mano después de haber pactado en secreto lo siguiente: yo cierro un ojo y no veo ni me importa lo que hagas en Ucrania, en Georgia, en Bielorrusia, en los países bálticos, incluso en Hungría. Qué digo, en toda Europa, que la vieja Europa se defienda sola. Y tú cierras un ojo si yo retomo a Panamá (esa Panamá que el idiota de Carter les devolvió gratis a los panameños), si me infiltro en Canadá, si proclamo la anexión de Groenlandia, y si hago (como siempre hemos hecho) lo que nos dé la gana con nuestro patrio trasero de SubAmérica, esa zona del mundo que no es más que una isla flotante de basura y de pueblos oscuros, sucios, bastardos y deportables.
No, no era lo mismo un tipo ético y decente como Jimmy Carter, que quiso corregir la vergüenza imperial de su antecesor, Theodore Roosevelt, que este nuevo imperialista recién nacido, Donald Trump. Y no, Carter no era un idiota como ha dicho Trump, sino un representante de lo más limpio y justo del alma gringa, que también existe.