Como el cristiano no creyente, pero practicante, que pretendo ser, ya armé el pesebre familiar –este año un poco cismático–, no con un niño, sino con dos, y con dos madres, o mejor dicho con dos vírgenes, además de la burra y el buey. Un poco más lejos, san Joseph, el padre putativo, y encima de todos el ángel de la Anunciación, una especie de mensajero que aportó las semillas del donante, el famoso Espíritu Santo. Todo esto en un establo de Belén, en el solsticio de invierno, y ocho días antes de que un rabino circuncide al niño Jesús. Como decía Voltaire, “los cristianos no somos otra cosa que judíos con prepucio”, y el cristianismo, según el papa polaco, “la más universal herejía del judaísmo”.
En realidad, después de esta introducción de teología experimental, de lo que quisiera hablar hoy, en vísperas de la Navidad del año 2025, es de la paz, y no de la paz total (que resultó ser un desorden completo), sino de la paz en el mundo de hoy. Según San Lucas (II, 13-14), cuando la virgen parió al niño Jesús, “apareció con el ángel una tropa numerosa de la milicia celestial, y decían paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Ojo, la paz no es una cosa ingenua con todo el mundo, sino solo con las personas de buena voluntad.
¿Paz con Putin, que lleva casi cuatro años de invasión a un país independiente y soberano, Ucrania? Pues no, un tirano así no se merece la paz, sino una resistencia heroica como la que ha tenido el pueblo ucraniano. ¿Paz con Trump, si resuelve invadir un país independiente y soberano como Venezuela? Tampoco. Sería fatal que ahora Putin y Trump se repartieran la tierra según “zonas de influencia”, y que al uno le toque Europa oriental y al otro todo eso que se llama el hemisferio occidental, incluyendo Canadá, Groenlandia, Panamá, Venezuela, Colombia y todo lo demás. ¿Paz con Maduro, que es un usurpador y, según el mismo Petro, un dictador? Tampoco. Si Maduro tiene voluntad de paz, debe entregar cuanto antes el poder a quienes de verdad ganaron las elecciones en Venezuela en 2024: el presidente putativo, Edmundo González, y la verdadera madre de la oposición, María Corina Machado, a quien el régimen bolivariano le impidió presentarse a los comicios y tuvo amenazada y obligada a esconderse durante más de un año para que no la metieran presa o la mataran.
Quienes aquí no quieren que María Corina Machado pueda siquiera hablar en público, y exponer lo que piensa y los argumentos que tiene, están defendiendo implícitamente la tiranía abominable de Maduro y sus jerarcas, la alianza narco-militar entre el ELN (brazo paramilitar del chavismo en Venezuela y Colombia) y el régimen bolivariano. Presentan a Machado como la culpable de la intervención ilegal de Trump, y no como lo que ella es de verdad, una víctima de la represión de Maduro, el usurpador. Hay que rechazar enfáticamente la intervención de Trump en Venezuela y en toda América Latina. Pero es comprensible que, si no es posible cambiar por las vías democráticas y pacíficas (las elecciones que ganaron) al régimen chavista, se piense en otro tipo de presiones.
Según la célebre definición de Popper, un gobierno puede considerarse democrático cuando es posible deponerlo o sustituirlo por vías pacíficas. No parece que Maduro y sus secuaces quieran abandonar pacíficamente el poder que han usurpado. Chávez ganó las elecciones; Maduro no. Y como no es un hombre de buena voluntad, sino un usurpador, un aliado de Putin, un asesino y un tirano, no se merece la paz, sino la resistencia.
La independencia y soberanía de los países, algo que América Latina siempre ha defendido, no se puede limitar al repudio de la intervención gringa. También hay que repudiar la invasión de Israel en Palestina, la de Putin en Ucrania, y la usurpación del poder de Maduro en Venezuela, un dictador de estirpe corrupta y represiva, así se enmascare en las banderas de la izquierda mamerta que aquí seduce a tantos todavía.