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En América Latina, como somos bastante incapaces de resolver nuestros problemas por nosotros mismos, nos encanta echarles a otros la culpa. En su discurso en la ONU, ante un auditorio casi desierto, el presidente Petro defendió a los “países rebeldes, Cuba y Venezuela”, cuyos problemas, dijo, se debían a las sanciones económicas de las grandes potencias capitalistas. No mencionó ni un solo error cometido por estos “gobiernos rebeldes”. Es tan rebelde el régimen de Venezuela que se rebela incluso contra el voto de sus propios ciudadanos. Seguramente piensan que si el pueblo vota contra ellos es porque el pueblo está equivocado, y entonces no hay que hacerle caso.
En los últimos cuatro años ha salido de Cuba el 18 % de la población, y más del 25 % de los más jóvenes; una tragedia económica y demográfica. Y los venezolanos migrantes y refugiados que se han ido de Venezuela son ahora unos ocho millones, casi un tercio de la población. Hay rebeldías que destruyen a los países y que a estas alturas no merecen ser defendidas con el argumento de que esos gobiernos son víctimas, cuando lo cierto es que han sido los verdugos de sus pueblos.
Después de dos siglos de independencia y de gobiernos republicanos, Andrés Manuel López Obrador (de abuelo cántabro y abuela asturiana), tras la incapacidad secular de los gobiernos mexicanos para sacar de la miseria a buena parte de la población indígena, pretende todavía hacer creer que es España la culpable de su atraso y le exige al monarca ibérico que les pida perdón. Para empezar, habría que recordarle que la figura de los monarcas parlamentarios es puramente simbólica y protocolaria, y que las relaciones exteriores las dirige y orienta el gobierno elegido por voto popular. El que sí está en todo su derecho de pedir perdón es el monarca absoluto del Vaticano, el Papa, que ya lo hizo, pues como buen católico se pasa la vida sintiendo culpas y pidiendo perdones.
Para seguir, también habría que tener presente que muchos pueblos indígenas de Hispanoamérica prefirieron aliarse con los ejércitos realistas que con las tropas de la Independencia. Tenían razón en no fiarse de los criollos, que eran los descendientes directos de quienes los habían subyugado. De la corona, en cambio, de vez en cuando venían leyes destinadas a protegerlos de los abusos de los criollos. Es emblemático el caso de los pueblos indígenas de Pasto que, comandados por Agualongo, fueron enemigos jurados del Libertador, o el del Cacique Mamatoco, nombrado por el gobierno español “capitán de los Reales Ejércitos” en las provincias caribeñas. Hay más descendientes de conquistadores en América que en España, así que si los crímenes de la conquista no han prescrito aún, más vale que los latinoamericanos nos pidamos perdón a nosotros mismos por los horrores cometidos por nuestros antepasados.
AMLO, el ya muy próximo expresidente de México, es tan contradictorio que viaja a pedirles perdón a los pueblos indígenas del sur al tiempo que les impone su embeleco turístico del “Tren Maya” a los pueblos indígenas mayas que se oponen radicalmente a este proyecto faraónico y antiecológico que los despoja de territorios y destruye monumentos arqueológicos de inmenso valor y antigüedad.
Ya para concluir habría que decir también que es absurdo que AMLO y su sucesora, Claudia Sheinbaum, se nieguen a invitar a Felipe VI, un rey republicano decente que no ha matado ni una mosca, un hombre digno que se ha apartado por completo del legado corrupto de su padre (a quien no se le permite siquiera vivir en España), y en cambio inviten a un perfecto asesino y a un criminal de guerra condenado por la Corte Penal Internacional, Vladímir Putin, dándole además todas las garantías de que sus jueces (ahora también escogidos por el gobierno) no ejecutarán la orden de arresto que un país signatario del Estatuto de Roma (el que dispuso la creación de la CPI, con competencia para juzgar crímenes de guerra) se ha obligado a cumplir.