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Réquiem por un corresponsal

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Héctor Abad Faciolince
16 de febrero de 2025 - 05:07 a. m.
"Alguna vez Ricardo y yo nos prometimos escribir (no éramos músicos ni pintores) el obituario del otro cuando uno de los dos muriera": Héctor Abad Faciolince.
"Alguna vez Ricardo y yo nos prometimos escribir (no éramos músicos ni pintores) el obituario del otro cuando uno de los dos muriera": Héctor Abad Faciolince.
Foto: Archivo Particular
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Conocí a Ricardo Bada a finales del año 99, en Madrid. Después nos vimos otras tres o cuatro veces (en su casa en Colonia, en mi casa en Medellín, en Hamburgo, en Berlín…) y nada más. ¿Puede uno decir que es amigo de alguien a quien ha visto solo cinco veces? Claro que sí. Si hay gente que se enamora por carta, ¿qué tiene de raro una amistad por escrito? Esto es quizá lo más normal entre personas que se dedican al oficio de escribir. Ahora Ricardo (con quien me escribí cientos de cartas en este cuarto de siglo) ha muerto. Solo, de noche, en una residencia para ancianos donde tenía un pequeño apartamento. En su última carta él me lo describió así:

“Estoy viviendo solo. Diny está cada vez peor (incluso violenta) y me han trasladado a un nuevo apartamento de una sola habitación, cocina y baño. Y con una vista impresionante del valle del Rhin, desde los tanques de la Bayer en Leverkusen hasta las colinas del Eifel: no se ve el río, lo tapa el cinturón verde que rodea a Colonia. Me gusta saber que moriré teniendo como paisaje final este valle bienamado. Un fuerte abrazo de tu desgraciado, Ricardo”. Espero que el último día de su vida Ricardo haya podido contemplar con gusto ese paisaje que tanto quería. Aunque nacido en España, Ricardo vivió en Alemania con Diny, su esposa, más de sesenta años.

Es rara la sensación de escribir en público sobre un amigo que se nos muere. El de los obituarios es un extraño género periodístico. A veces se preparan cuando una persona está viva, pero empieza a envejecer. Yo mismo he escrito obituarios de un personaje vivo; el ejercicio mental es perturbador: pensar en ese escritor, músico o científico como si ya estuviera muerto. Es inquietante, además, porque uno acaba por preguntarse, ¿y si yo me muero antes, qué van a hacer en el futuro con estos apuntes míos (de un muerto) sobre alguien que acaba de morir mucho tiempo después que yo? Cuando se murió Jimmy Carter, hace poco, a los cien años de edad, se publicaron obituarios escritos por personas que habían muerto mucho antes que Carter. No sé si estos artículos pertenecen al género fantástico, al humorístico, o al género de terror: escritores que publican desde la ultratumba reflexiones sobre alguien que acaba de morir.

Más raro aún es tratar de hacer el obituario de un amigo, que a su vez fue un maestro en obituarios. A Ricardo Bada le gustaba escribirlos, publicarlos, enviárnoslos (urbi et orbi, ponía él) para que los leyéramos. A veces los obituarios se escriben, no solo como un homenaje, un recuerdo, sino también como una composición pensada para poder llorar. En un hermoso vallenato (de apariencia alegre) sobre la amistad y la muerte, Rafael Escalona cantaba y contaba lo siguiente: “Recuerdo que Jaime Molina/ cuando estaba borracho ponía esta condición:/ que, si yo moría primero él me haría un retrato/ o, que si él moría primero, le sacara un son./ Y ahora prefiero esta condición:/ que él me hiciera el retrato/ y no sacarle el son”. Alguna vez Ricardo y yo nos prometimos escribir (no éramos músicos ni pintores) el obituario del otro cuando uno de los dos muriera.

Por difícil que sea, las promesas se cumplen, y en ese brete estoy: cumpliéndole una promesa a un amigo vivo, a un amigo muerto. Podría decir, simplemente, que Ricardo Bada nació en Huelva en 1939, y que llegó a ser director del servicio de la Deutsche-Welle en español, hasta que este servicio fue clausurado. Como gran periodista radial que fue y como el letraherido que nunca reconoció ser (publicó bellos cuentos, poemas jocosos y un diario con páginas magistrales), entrevistó a la flor y nata de los escritores de lengua española: desde Rulfo, Onetti y Cortázar, pasando por… bueno, por todos los que ustedes se puedan imaginar.

Pero lo anterior, obviamente, no le hace justicia. Nada más alejado de la vida que un curriculum vitae. Eso le sirve a una empresa cazatalentos o a un jefe de personal, y nada más. La vida es mucho más que nuestro lugar de nacimiento, de residencia o nuestra hoja de servicios profesionales. ¿Qué es de verdad una vida? En junio del año pasado Ricardo, al celebrar su último cumpleaños, el 85º, escribió lo siguiente: “Estos 85 años transcurridos, en especial los tres últimos, me pesan como fierro sobre los hombros. Mi nieto Vincent también cumple años esta semana, 21, y yo 18 sin fumar”. Parece que no decir mucho, pero está contando mucho de su vida en esas pocas frases. Dice que uno toma decisiones importantes escogiendo alguna fecha simbólica: el nacimiento de un nieto, por ejemplo. O que de repente la vida (“los últimos tres años”) se puede portar tan mal con uno, que todo se desmorona.

Sí, de repente, la vida a Ricardo se le desmoronó. Una vida plena, agradable, llena de intereses y de logros estéticos e intelectuales, se puede volver un infierno y en el caso de Ricardo se puede ver con claridad. A Ricardo la vida le acabó por parecer un peso insoportable: primero la progresiva enfermedad de Diny (que era la mitad de su vida) y luego el incendio de su casa, la interrupción de todas las rutinas de un hombre bellamente rutinario. Intentó seguir con sus hermosas costumbres intelectuales: escribir, leer, ver cine, oír música, pasear, comer, recordar, conversar, pero las fue perdiendo una a una... Yo lo observaba con compasión y también (perdónenme) con cierta curiosidad humana y literaria: ¿entonces es así como se desmorona nuestra vida a pesar del amor de los hijos y los nietos, a pesar de los amigos? Sí, es así, y supongo que algún día algo parecido nos podría ocurrir a cualquiera de nosotros. Cuando la vida ya no tiene sentido, dejamos de cuidarnos, dejamos de escribir, dejamos de comer, dejamos de sentir gusto por las cosas elementales. Y adiós, nos despedimos.

La inevitable separación de su esposa enferma se cuenta en la última entrada de su diario, el año pasado: “Vinieron Rebeca y Montse para trasladar las cosas de Diny a la habitación propia donde vivirá en el Maternus a partir de hoy. Estas dos hijas mías son un regalo del cielo. Qué sería de mí (y aún más: de Diny) sin ellas”.

Pero ni siquiera sus estupendas hijas fueron suficientes para que su vida siguiera valiendo la pena. A veces uno decide dejar de vivir sin tener que suicidarse. Simplemente le cierra la puerta a todo y deja de comer. Adiós, Ricardo, Adiós.

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...y ahí vamos, en la fila....
Felipe Fegoma(94028)17 de febrero de 2025 - 02:19 a. m.
Köln, es el nombre de la ciudad de Colonia en alemán. Se pronuncia algo parecido a "Kjeln". El español es un idioma amplio, tanto que hay muchos nombres de ciudades tienen su traducción. Es vergonzante oir a locutores de televisión, casi todos los deportivos, que nombran la ciudad de Munich como "Miuniss", que no es español, ni alemán y ni siquiera inglés, sino que es ridículo, porque en alemán se escribe München y se pronuncia como "Minjan", o incluso "Minga" en bávaro.
Jorge Eduardo joga-2@hotmail.com(43558)17 de febrero de 2025 - 12:58 a. m.
Que dolor, que certeza tan maluca nos espera
Yimmy Arana Varela(68264)17 de febrero de 2025 - 12:45 a. m.
Interesante, muy real , todos en algún momento pasaremos por esto!
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