Hay dos tipos de personas para quienes emigrar es más fácil: los que tienen muy poco dinero, pero mucha juventud (energía, esperanzas, ganas de mejorar); y los que tienen poca juventud, pero mucho dinero (y miedo a perderlo, ganas de invertirlo donde esté más seguro). Los primeros se van con lo puesto y algún pequeño ahorro familiar para llegar al destino escogido (Estados Unidos, España); los segundos se van si pueden liquidar sus negocios o propiedades y convertir su riqueza en monedas duras (dólares, euros). Hay, pues, una emigración más numerosa de jóvenes sin muchos recursos, y de personas mayores con abundancia de recursos. Muchos de estos últimos ni siquiera se van del todo: se va solo su capital.
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Las cifras del último año son alarmantes. Según el especialista William Mejía (en entrevista para La Silla Vacía) el año pasado se fueron de Colombia 547 mil personas, por las fronteras legales, y entre 100 y 150 mil de un modo informal. Esto significa que en 2022 unos 650 mil colombianos se fueron del país para no volver. La mitad de ellos tienen menos de 40 años, y el 35 % están entre los 18 y los 29 años. Sería importante saber cuántos de los que se van y no vuelven tienen formación superior (grado o posgrado universitario) y cuántos son de un nivel educativo más bajo. No tengo esos datos. Lo que sí señala el académico Mejía es que se van por mitades hombres y mujeres, por lo que en el éxodo hay igualdad de género.
Muchos de los que se van y encuentran empleo, así sea en los sectores más humildes, mandan remesas a sus familiares. Cien dólares no son mucho dinero si uno se los gana en Estados Unidos, pero es bastante cuando se los traduce a devaluados pesos, casi quinientos mil. El Banco de la República registró el año pasado una cifra récord en ingresos por remesas: 9.500 millones de dólares (el 10 % más que en 2021). Si no fuera por este permanente goteo de pequeñas sumas que se juntan hasta formar un chorro, podríamos hablar ya de fuga de capitales en Colombia. Según un experto del sector financiero consultado por mí, que prefiere no dar su nombre, en el último año han salido de Colombia capitales equivalentes a unos 9 mil millones de dólares. No estamos hablando de importaciones y exportaciones, sino de dinero en efectivo que llega a cambio de nada, y dinero que se va también sin un motivo explícito. Todavía hay, entonces, un margen a favor de 500 millones de dólares.
El año pasado Colombia tuvo un crecimiento económico del 8 % e incluso en circunstancias así mucha gente se fue. ¿Qué va a ocurrir este año en que se pronostica un crecimiento de apenas el 0,2 %? La inflación trota y a veces galopa, la devaluación vive un zig-zag difícil de entender. Es posible que mientras haya al frente del Ministerio de Hacienda un “adulto responsable”, como se conoce al profesor José Antonio Ocampo, y mientras el Banco de la República mantenga su independencia frente al poder político, las cifras de la economía no se desboquen. Las altas tasas de interés que ahora padecemos son una forma responsable de contener el gasto y la inflación. Vamos a ver si esta sensatez prevalece, o si nos hundimos más bien en un modelo populista peronista (con negocios por debajo de una nueva élite con una idea rapaz muy peronista también: “los de antes ya robaron suficiente, ahora nos toca robar a nosotros”).
Me dedico a la literatura y me siento muy incómodo escribiendo de temas sobre los que sé muy poco. Lo escrito arriba lo leo o me lo dicen personas que sí saben de lo que hablan, que son expertas, y a quienes soy capaz de resumir. Soy un ciudadano más con dudas muy modestas: me van a pagar 7 mil dólares por traducciones de mis libros. ¿Dejo esa plata en dólares o me la traigo para acá? Y yo mismo: ¿Mejor me voy o sigo viviendo aquí? Según las estadísticas, los viejos ya no se van.