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Desenredar la pelea entre dos mentirosos profesionales, especialistas en mezclar verdades y engaños, propaganda burda y exageraciones, resulta ser un reto mental que lo deja a uno con dolor de cabeza. Por ejemplo, que Petro sea narcotraficante, como dijo Trump, es un gran embuste. Una falsedad solo apta para las redes antisociales. Petro es todo lo contrario: una víctima del tráfico de drogas, pues como atestiguan varios de sus amigos y examigos más cercanos, es o ha sido un consumidor consumado de sustancias psicoactivas, y en el mejor de los casos está, como su alfil Benedetti, en proceso de desintoxicación.
También es mentira que la droga que sale de Colombia (por el Pacífico o por el Atlántico), sobre todo cocaína, sea la que está matando a 300 mil consumidores gringos al año. Quienes se mueren por drogas en Estados Unidos son víctimas, en su gran mayoría, del fentanilo, que se receta legalmente en Norteamérica, o pasa ilegalmente, producida por China o México, y entra de contrabando, también desde México, por las mismas fronteras del sur que Trump ha declarado seguras e infranqueables, con sus murallas herméticas, sólidas, que obviamente no son así.
Sin embargo, no es Trump el único que miente; también Petro es un especialista en mentiras y, sobre todo, en victimismo. El pobre hombre, y todos los colombianos y venezolanos, no somos más que víctimas, inocentes pescadores, muchachos pobres que viajan en semi-submarinos, soldados de Bolívar que intentan construir el paraíso socialista en la tierra. O, si mucho, por aquí existe una casta narco-paramilitar (que la ha habido y la hay, es cierto), pero jamás una casta simétrica narcoguerrillera, porque de esa Petro no habla jamás, y menos si esta está compuesta por los elenos que se refugian en Venezuela, o por las disidencias de las FARC, que secuestran o matan soldados del ejército colombiano en el Cauca, o que se matan entre ellos en el Catatumbo o en Arauca.
Aquí los extremistas de derecha nos dicen que tenemos que alinearnos con Trump y su ministro de guerra o su ministro de salud antivacunas, y aplaudir sus deportaciones masivas de cualquier extranjero con más melanina de la cuenta en la piel. Y los extremistas de izquierda nos advierten que tenemos que estar con Petro, que es el único que defiende la dignidad del país. Es decir, que si no tomamos partido por el de las trumpadas o por el tirapetras, somos unos tibios sin carácter, unos vomitivos que ni fu ni fa, ni chicha ni limoná, que hacen equilibrismo y se declaran equidistantes.
Pues no. El centro liberal y democrático no es equidistante ni tibio. Al contrario, es radical en la defensa de los principios democráticos de la legalidad interna e internacional. Defendemos la dignidad nacional (Colombia es mucho más que una guarida de mafiosos), pero no la defendemos haciendo trampas con maromas y piruetas ilegales de supuestas constituyentes del pueblo (en las que el agitador profesional define quiénes son el pueblo y quiénes no). Tampoco defendemos a Colombia aliándonos con la dictadura venezolana, cediéndole soberanía y haciendo pactos secretos con ella de cogobierno en las fronteras, sin hacerlos pasar por el Congreso.
Y así como rechazamos las peroratas delirantes y los insultos del actual presidente de Colombia, tampoco comulgamos con las arbitrariedades, el racismo, y las violaciones al derecho internacional que una y otra vez comete Trump, declarando guerras donde no las hay, matando como si fueran terroristas a quienes son, probablemente, traficantes, lo que le da derecho a interceptarlos y detenerlos, pero no a matarlos como si carecieran de cualquier garantía legal.
Al no arrodillarse ni a Petro, ni a Trump, el centro representa la opción más seria, menos fanática, más libre, más democrática y más radical.
