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$Trump, XMusk, $h*tMilei

Héctor Abad Faciolince

26 de enero de 2025 - 12:07 a. m.
“Envidia, codicia y miedo parecen ser las consignas del líder del país más poderoso del mundo”: Héctor Abad Faciolince.
Foto: AFP - HANDOUT

“Seremos la envidia de todas las naciones”, dijo Mr. Trump al comienzo de su discurso de coronación en el Capitolio. Es muy curioso que alguien (como persona o como país) aspire a ser envidiado, como si la envidia fuera un sentimiento agradable para quien la siente o para quien la inspira. Envidia, codicia y miedo parecen ser las consignas del líder del país más poderoso del mundo.

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Lo de la envidia quedó dicho en sus propias palabras; lo de la codicia se ilustra con un hecho muy simple: el lanzamiento de una criptomoneda llamada $Trump. Y lo del miedo consiste, por ejemplo, en que los padres de inmigrantes indocumentados en EE. UU. no están mandando a sus niños al colegio por miedo a la orden de Trump de deportar ilegales incluso en las escuelas. Esos niños, por el simple hecho de ser hijos de padres sin papeles, se convierten en peligrosos invasores del sagrado suelo “americano”.

Volviendo brevemente al $Trump o BitTrump, se trata de una oferta (creo que de vida breve) que se inventó el nuevo emperador poco antes de subir al trono. Después de haber sostenido durante años que las cripto monedas eran una estafa, desde que los dueños de estas empresas donaran cientos de millones de dólares a su campaña y la de sus partidarios, Trump se convirtió a la nueva religión del fraude y anunció que su gobierno iba a vender oro para comprar reservas en bitcoins. Y, precavido que es, antes de ser ungido fundó su propia empresa de criptomoneda, que en pocos días subió como palma (y ahora está cayendo como coco). Sus memecoins (o shitcoins, como también les dicen) le produjeron a Trump 55 mil millones de dólares-bits en pocos días, muchos de los cuales ya se habrán convertido en dólares verdes para él pues entre el viernes 17 y el viernes 24 de enero la criptomoneda $Trump ha perdido el 34,7 % de su valor.

Volvamos al miedo. Todavía hay algo que diferencia a EE. UU. de Rusia. Mientras Putin y el patriarca Cirilo de Moscú y de todas las Rusias hablan en eco y repiten lo mismo, la obispa de Washington, Mariann Budde, se atrevió a decirle en la cara a $Trump algunas verdades. “En el nombre de Dios, le pido que tenga misericordia con la gente en nuestro país que tiene miedo. Hay niños gays, lesbianas, transexuales y sus familias que temen por sus vidas”. Luego le recordó que las personas que lavan la loza y los baños, que recogen las cosechas, empacan la carne y hacen turnos nocturnos en los hospitales pueden no ser ciudadanos, pero no son delincuentes. Y por el solo hecho de no tener los papeles en regla, tienen miedo. Al salir de la iglesia, Trump declaró que la obispa era aburrida, radical de izquierda y le debía pedir disculpas.

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El hombre más rico del mundo, XMusk, y el nuevo mejor amigo de $Trump, en una supuesta celebración, también resolvió que su estrategia (después de apoyar al partido neonazi alemán) debía ser también generar miedo, en vista de que muy pocos lo quieren o lo envidian. Y para lograrlo hizo dos veces el saludo fascista con toda la fuerza de su brazo derecho extendido. Después sus secuaces dijeron que no, que estaba (una de dos) o lanzando su tierno corazón o parando un taxi. Pues sí, este tipo da miedo. Y su poder es inmenso. Bastaría un gesto suyo con el mismo brazo para que Ucrania quede sin internet de repente y tenga que inclinarse a la invasión rusa.

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Ya casi no hay espacio para el tercer líder del neofascismo internacional, $h*tMilei. En su discurso en Davos se dedicó, en un tono monocorde y brutal, a hablar Mileirda (a gente así hay que responderle como habla). Dijo que, salvo Meloni y Orban, la Unión Europea era un fracaso. Pero que, gracias a él, Trump y Musk, iban a salvar al planeta negando el cambio climático, castigando a los pervertidos LGTB+, que en realidad son pedófilos, y proclamando su ¡libertad, carajo!, que en realidad consiste simplemente en su propia libertad para mentir, la libertad absoluta para los más ricos, y una única libertad para los pobres: ser productivos.

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