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Un avión y lo invisible

Héctor Abad Faciolince

22 de marzo de 2014 - 10:00 p. m.

Las cosas que se vuelven invisibles, todo lo que no se explica, ponen frenética a la loca de la casa.

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La imaginación se dispara y vuela por todos lados, lanzando hipótesis de diversa índole: sensatas pero improbables, ilógicas, fantásticas, intuitivas, políticas, conspirativas, extraterrestres, imposibles. Hay mil preguntas y cientos de teorías para contestarlas. La realidad, generalmente, es incluso más creativa, a veces increíble, pero solo cuando la conocemos en detalle nos parece clara y simple. Es lo que está pasando con este avión perdido desde hace 15 días, el vuelo 370 de Malaysia Airlines, en viaje entre Kuala Lumpur y Pekín, y todavía desaparecido.

¿Cómo es posible que en un mundo donde pareciera que no hay nada oculto, en una era tecnológica en la que nos sentimos vigilados a toda hora por cámaras, satélites, agencias de inteligencia, espías informáticos, un avión enorme (Boeing 777-200ER) desaparezca sin dejar rastro? Está en los radares, vuela a velocidad de crucero a una altura adecuada, está comunicado por radio, el copiloto dice “All right, good night”, y luego, sin enviar una señal de socorro o de problemas técnicos, se desvanece, desaparece en el aire como un mal pensamiento, y de los 227 pasajeros y 12 tripulantes —dos semanas después— no queda ni un vestigio.

Lo más raro es lo que han detectado radares militares (el avión se volvió invisible para los radares civiles): que hubo un viraje hacia el oeste, un largo giro en U, y distintos cambios de altura, uno incluso muy por encima de lo recomendado para este tipo de aviones (13.770 metros), luego un descenso a 7.000, un nuevo ascenso a 8.000 y luego a la altura normal de crucero, 10.000 metros. Hasta que siete horas y 31 minutos después del despegue, también el rastro en los radares militares desaparece. ¿Por qué, si siguieron volando durante horas, ningún pasajero hizo una llamada o mandó un mensaje por celular o por los radioteléfonos de primera clase? ¿Por qué dos pasajeros iraníes viajaban con pasaportes robados? ¿Eran terroristas o simplemente desesperados en busca de asilo? ¿Por qué buscaron los restos del desastre en el norte (entre Vietnam e Indonesia), luego en el océano Índico e incluso más tarde al sur de Australia, casi llegando a la Antártida, en trayectorias más bien caóticas según el vuelo original?

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Los que se creen expertos en todo contestan muy seguros, serios como tramposos en la mesa de juego; los verdaderos sabios dicen que no tienen ni idea; los que siempre sospechan dicen que alguien oculta algo (el Pentágono, la CIA o el Mossad, para los de izquierda, y China, Rusia o el terrorismo islámico, si son de derecha); los delirantes hablan de extraterrestres y de las fuerzas ocultas del magnetismo. Hay agencias de noticias de dudosa seriedad que reportan sobre una empresa de alta tecnología que llevaría en ese avión material delicado que habría sido desviado a una isla y base norteamericana del Pacífico. Esta hipótesis fascina a muchos, porque la empresa es de informática y tiene sede en Texas.

Como el piloto y el copiloto tenían nombres islámicos (Zahari Ahmad Shah y Fariq Hamid), no puede faltar la hipótesis del secuestro o el suicidio. Otros simplifican y aseguran que el avión explotó porque transportaba baterías de litio. Por esta vez de lo único que no se habla es del mal tiempo, pues ese día ahí las condiciones meteorológicas eran buenas. Algo pasó, sin duda, tendría que haber una explicación racional y comprensible de lo ocurrido, pero no la tenemos.

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Lo bonito de esta historia (tan triste para 239 familias) es notar cómo reacciona el cerebro humano —y nuestra imaginación— ante lo invisible y lo incomprensible. Nos cuesta mucho resignarnos a que todavía hoy haya muchas cosas que se quedan sin respuesta. Este avión perdido tal vez nos recuerde que siempre habrá misterios que, con los pocos datos que tenemos, si no resultan otros, no pueden resolverse, y obligan a una única respuesta responsable: no se sabe.

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