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El otro día en Madrid, de carambola y arrastrado por un amigo, fui a dar en la presentación de un libro escrito por dos políticos, un militante del PSOE y otro del PP. Para entendernos aquí, digamos que un socialdemócrata al estilo de Humberto de la Calle (Eduardo Madina) y un conservador al estilo de Belisario Betancur (Borja Sémper), ambos nacidos en 1976.
El libro, Todos los futuros perdidos, consiste en una conversación en la que, pese a sus diferencias ideológicas, ambos parten de un principio común compartido, de un axioma que no se discute: no aceptar por ninguna razón la violencia política, el rechazo al totalitarismo de este estilo: “o piensas como yo, o yo te desprecio y te callas; y si no te callas, te mato”. Ese axioma de base lo explicó Madina con una cita de Zweig: “Matar a un hombre por defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre”.
Creo que principios fundamentales como este son los que comparten, en Colombia, los integrantes de la Coalición de la Esperanza y, al lado de ellos, Alejandro Gaviria. Ese es el núcleo duro, mayoritario y central de un ideal de la política que (si no se atomiza en intereses egoístas y personalistas) puede derrotar a los polos opuestos que pretenden llegar a la segunda vuelta de las elecciones. Y esta, siguiendo con el ejemplo español, estaría representada por Vox (la extrema derecha uribista, tipo Cabal o Fernando Londoño, falangismo puro) y por la extrema izquierda exguerrillera (que aquí son Petro, sus amigos bolivarianos y los nostálgicos de un Estado implacable que arrasa con la libre empresa y usa el poder para el enriquecimiento de una camarilla y el empobrecimiento de todos los demás).
Ambos extremos, aquí, calculan que van a llegar a la segunda vuelta y van a ganar jalando los votos, unos, de los que más temen y odian a la extrema derecha, y, otros, de los que más temen y odian a la extrema izquierda. El regreso al escenario de hace cuatro años, Duque contra Petro, revivido ahora en un Petro contra un X que ya Uribe nos dirá quién es. Lo peor de esta segunda vuelta que se perfila entre los dos polos es que ninguno de los dos está de acuerdo con ese principio común que une a los del centro: la exclusión de la violencia política, el repudio al totalitarismo y a la violencia por defender una idea. Obviamente su defensa de la violencia no es explícita sino que se esconde en silencios e insinuaciones.
¿Cómo se expresa esta inclinación al totalitarismo y a la violencia? Por ejemplo así: por un lado, incitando a los jóvenes, que en el idealismo propio de su edad están dispuestos a marchar por muchas causas justas, no solo a marchar y a protestar, sino también a destruir bienes públicos o supuestos símbolos de la opresión oligárquica, y a matar, si por casualidad los encuentran inermes, uno que otro policía. Y por el otro lado, pidiendo y celebrando la mano feroz del ESMAD o de civiles armados que disuelven a tiros la protesta pacífica, y si es necesario matan o dejan inválidos a unos cuantos jóvenes o indígenas para enseñarles a tener miedo. Unos no ven que se matan niños para reprimir; otros no ven que se reclutan niños para matar.
Si el centro no encuentra la unidad en estos principios y sobre todo en el rechazo unánime de los totalitarios que usan la violencia en el combate de las ideas, en Colombia vamos a seguir por nuestro triste sendero de casi siempre: bala a los jóvenes revoltosos, asesinato de líderes sociales, muerte a sindicalistas. O destrucción, odio de clases y asesinato de policías, porque son los esbirros de un orden injusto y se merecen la muerte.
El socialista, Madina, encontró en el conservador Sémper un adversario ideológico, pero un aliado en el principio fundamental contra la muerte y el totalitarismo de Eta. La Coalición de la Esperanza más Alejandro Gaviria tienen que hallar ese mismo terreno común contra la violencia política y encontrar un camino inteligente y generoso para llegar unidos al poder.
