Los ratones de laboratorio (y los caseros también) tienen una vida parecida a la de nosotros, los mamíferos humanos, aunque un poco más rápida y acelerada en todo sentido. Su vertiginosa existencia, en general, no se extiende más allá de dos años y medio. A las seis semanas de nacidos ya están listos para aparearse, pero el coito, que solo ocurre durante el estro de las hembras, corresponde también a la brevedad de su vida: dura diez segundos, si bien el cortejo y los preliminares se alargan unos minutos. La gestación dura apenas entre 19 y 21 días, las camadas suelen ser de entre cuatro y 12 crías y el destete ocurre menos de un mes después del nacimiento. Para el tema de este artículo lo que más me interesa que tengan en cuenta es que la preñez de una ratona dura 20 días.
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Tal vez la noticia más notable de esta semana –si bien a muy pocos medios parece haberles importado mucho– no tuvo nada que ver con proclamas o peleas políticas, con asuntos de sangre o de violencia, con terremotos o tsunamis, con virus o vacunas, sino con un avance científico alcanzado en un laboratorio de Israel, el Instituto Weizmann para las Ciencias, situado en Rehovot. La revista Nature acaba de publicar su asombroso adelanto, que está firmado por dos biólogos expertos en células madre, pluripotentes y en embriones: Alejandro Aguilera Castrejón (un estudiante de doctorado) y Bernardo Oldak. Por publicaciones previas de estos dos autores sospecho que son mexicanos, pero no lo sé con seguridad. Ambos fueron supervisados por el doctor Jacob H. Hanna.
El hito alcanzado por estos biólogos es, en palabras corrientes, que lograron desarrollar embriones de ratón por fuera del útero, más o menos hasta la mitad de la gestación y, lo que es más increíble, hasta la producción de órganos diferenciados (a través del útero artificial transparente uno puede ver palpitar un corazón de feto de ratón a 170 pulsaciones por minuto). Hasta ahora estos investigadores han logrado mantener en vida estos embriones de mamífero durante 11 días en este útero mecánico (una botella que rota y está provista de líquidos de cultivo y oxigenación) y desarrollarse, al parecer, de un modo análogo al que ocurre en las selladas y oscuras cavidades del útero.
Según Paul Tesar, especialista en desarrollo embrional de los mamíferos, “el Santo Grial de la biología consiste en entender cómo a partir de una sola célula, el óvulo fecundado, se pueden desarrollar los distintos tipos de células específicas de cada órgano humano hasta alcanzar 40 billones de células”. Las incubadoras de embriones desarrolladas en Israel lo consiguen en parte fuera del útero, al parecer sin cambios en su desarrollo. Once días de embrión de ratón podrían equivaler, burdamente, a varias semanas de embrión humano. Estos estudios, como se puede deducir inmediatamente, nos llevan a preguntarnos sobre el papel del ambiente uterino (o extrauterino, en este caso) para el desarrollo de las mutaciones que ocurren en los mamíferos.
Esta misma semana un grupo de biólogos de varias nacionalidades, entre los cuales está un bioquímico argentino, José Polo, que trabajan en la Universidad Monash de Australia, logró desarrollar seudoembriones humanos a partir de células de la piel, intervenidas para convertirlas en células pluripotentes. Es decir que, en este caso, sin óvulo y sin espermatozoide, los científicos lograron producir un seudoembrión (o blastoide inducido) hasta llevarlo a un estadio similar al del blastocisto, el cual cuenta ya con unas 200 células, unas especializadas en el desarrollo de la placenta y otras en el desarrollo del futuro feto. Su investigación se publica en la misma edición de la revista Nature del pasado 17 de marzo, donde aparece el crecimiento de embriones de ratón por fuera del útero.
Deduzcan ustedes las implicaciones éticas de estos avances o lo que pueden significar para el futuro de la reproducción humana. Sin óvulo, sin espermatozoide, sin útero.