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Vienen por la tierra

Héctor Abad Faciolince

13 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

ESCRIBO ESTA NOTA MIENTRAS VEO llover. Todos estamos hartos de dos años seguidos de lluvia. Y sin embargo, sobrevolando Colombia, después de haber sobrevolado en mi vida muchos otros países, lo que más me asombra y lo que más me gusta de mi propio país es su verdor. Al norte de China, durante horas, el avión atraviesa interminables desiertos.

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Al norte de África, desde el avión no se ven más que desiertos, con raras manchas de cultivos. Y lo mismo en la península ibérica, en Arabia, en grandísimas extensiones de India, de México, de Australia. Aquí, en cambio, sobre la selva y sobre las montañas, de norte a sur, de oriente a occidente, por casi todos lados tenemos un país verde y más que verde porque, como dijo el poeta Aurelio Arturo, aquí “el verde es de todos los colores”.

Y para conseguir todas estas tonalidades de verde que deleitan los ojos, se necesita —además de sol— agua, mucha agua. Por eso me agrada escribir esta nota mientras veo llover y pienso que estos aguaceros son una bendición, un diluvio de riqueza que nos cae del cielo, una abundancia increíble de “oro azul”, que es el nuevo nombre que recibe el agua cuando se la estudia desde un punto de vista geopolítico.

Uno dice agua, pero en realidad está diciendo comida. Consideren este dato: para cultivar una tonelada de arroz se necesitan mil toneladas de agua. Cuando uno come lechuga o mango o coliflor, cuando uno toma leche o come carne, en buena parte lo que está comiendo es agua, el agua de la que están compuestos esos alimentos, más el agua que tuvo que emplearse en abundancia para producirlos. Los cereales sirven para comérnoslos directamente (en arepas, en pan), pero sobre todo para engordar los animales que después nos comemos: pollos, cerdos, conejos, peces, reses. Los cereales y los biocombustibles, esas dos mercancías indispensables que se producen con buena tierra y mucha agua, serán las grandes reservas estratégicas, las grandes riquezas de la tierra en un futuro cercano.

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Es por esto que los países que tienen mucha plata pero poca agua y poca tierra cultivable (sobre todo por la ausencia de irrigación), se están dedicando a comprar, casi en secreto, sin decírselo a nadie, muchas veces con socios falsos o con testaferros locales, la buena tierra de los países africanos y latinoamericanos. No lo dicen en voz alta, para comprar barato y para que la gente no se alarme ni se subleve ante esta nueva forma de colonialismo. Pero ahí están, según un informe de la FAO y de varias ONG, comprando y comprando tierra en el tercer mundo, para asegurar la comida de sus habitantes en las carestías del porvenir.

China, Arabia Saudí, Japón, Emiratos Árabes, India y Corea del Sur son los grandes países compradores. Están quedándose con tierras fértiles y bien irrigadas en Argentina, Paraguay, Madagascar, Camerún, Uganda, Brasil, Tanzania, Nueva Zelanda, Indonesia, Cuba… y también en Colombia, por supuesto, si bien no hay datos precisos para nuestro país. Les interesan las tierras donde se puedan producir cereales (arroz, sorgo, trigo, maíz, soya) o biocombustibles (palma). Sus compras de fincas, haciendas y parcelas se hacen bajo muchas modalidades, incluso aparentando contratos de sana cooperación o de inversiones convenientes y rentables para el país invadido.

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Tenemos complejo de pobres y somos ricos. Por eso deberíamos cuidar la que es y la que será nuestra mayor riqueza, la tierra con agua abundante. Los negros e indios que tienen dominio sobre tierras colectivas, son los más vulnerables en este nuevo tipo de invasión. Cuidemos este país verde y lleno de lluvia que tenemos; no podemos dejar que también esto nos lo vengan a comprar. Otros países ya han reaccionado y le ponen límites a la propiedad extranjera de la tierra. Es de esperarse que los terratenientes que nos gobiernan, así no tengan sentimientos patrióticos, estén al menos apegados a su heredad.

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