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¿Y eso es el Polo?

Héctor Abad Faciolince

20 de diciembre de 2008 - 10:00 p. m.

NO NOS ACABAMOS DE REPONER DE la vergüenza que ha sido, para cualquiera que tenga un espíritu abierto y liberal, el voto del Polo en el Senado a favor de un señor que manda quemar libros impíos (el nuevo Procurador General), cuando estamos al borde de otro adefesio legal y de un terrible atentado contra el paisaje y la naturaleza de la ya muy maltrecha Sabana de Bogotá.

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En manos del alcalde del Polo, Samuel Moreno, está la decisión sobre si destinar nuevas tierras (antes protegidas) de la Sabana, a la especulación inmobiliaria, al apetito voraz y destructivo de los constructores de urbanizaciones. Estamos a una firma de distancia de que este oprobio ambiental y paisajístico se cometa, ante los ojos de todos. Si el Alcalde acepta la presión de políticos y especuladores, miles de hectáreas de la Sabana, desde la calle 170 hasta el borde de Chía, dejarán de ser una zona semicampestre para convertirse en casas y casitas y casuchas, en fincas y finquitas y fincuchas. De cuatro construcciones por hectárea (que ya es mucho, para una zona ambiental frágil) pasaremos a cuarenta, lo que significa, al cabo de pocos años, que en vez de todas las tonalidades del verde, nos tendremos que tragar el feo y monocorde color ladrillo.

¿Quieren los bogotanos una sabana urbanizada, una ciudad expandida, donde el agua no alcance, y tengan que bombearla desde tierras más bajas, todo convertido en una especie de duplicado del valle de México, un altiplano urbanizado y enfermo, que hace un siglo era definido como “la región más transparente del aire” y hoy posee uno de los aires más contaminados del mundo? A eso vamos encaminados si dejamos que los urbanizadores compren tierra barata (con un destino agropecuario) para luego cambiar las normas de planeación y convertirla en tierra urbanizable de todos los estratos, desde vivienda de interés social hasta casonas ostentosas de nuevos ricos. Con este plan habrá al menos 60 mil nuevas casas.

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Colombia tiene, y tal vez no nos hemos dado cuenta, algunos de los paisajes más hermosos de este planeta. Con su belleza, diría yo, pueden competir solamente algunas zonas de colinas de Italia, en primavera o en verano. La Constitución italiana tiene un artículo específico por el que se obliga al Estado a proteger el paisaje. Aquí, donde todo lo hermoso lo estamos volviendo horrible, estamos en mora de dictar unas normas que protejan no solamente el medio ambiente, sino también el paisaje. Los recuerdos están hechos, también, de lo que han visto nuestros ojos. Para mí uno de los milagros de la infancia fue conocer la Sabana de Bogotá, ese altiplano espléndido que hizo exclamar a don Juan de Castellanos: “Tierra buena, tierra buena, / tierra que pone fin a nuestra pena.”

 Pues bien, al paso que vamos, la Sabana de Bogotá, pero también los valles más fértiles y hermosos de Antioquia (pienso en el Valle de San Nicolás, entre Rionegro y La Ceja), se convertirán en esa plaga cancerosa de los conglomerados urbanos, que crecen sin control y sin límites, en manos de los especuladores inmobiliarios. Algo muy parecido puede ocurrir con las costas, o ha ocurrido ya con las laderas de las montañas de Medellín (desde el estrato uno hasta el seis, porque la culpa es de todos).

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Aquí hay mucha autoridad, mucho vigor y gran carácter para combatir a la guerrilla o a la delincuencia. Aquí se pone todo el empeño (y la plata) para perseguir los estafadores de las pirámides. Pues bien, necesitamos un vigor igual para defendernos de los urbanizadores que ven en el paisaje un negocio. Si el Polo quiere proponerse como un partido que puede gobernar, debería dar muestras de su valor e independencia. Lo del Procurador fue una pésima señal. Estaremos pendientes de si el Alcalde firma o no este atentado paisajístico y ambiental. Si firma, no habrá ninguna diferencia entre el Polo y los demás partidos que nos han gobernado: negociantes sin principios, politiqueros sin ideales.

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