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El premio Nobel de Economía en 1976, Milton Friedman, argumentaba que las leyes que establecen salarios mínimos tienen el efecto no intencional de discriminar y fomentar la desigualdad. Afirmaba él en los años 60 que por culpa de los salarios mínimos era mayor el desempleo entre los negros y los inmigrantes estadounidenses.
Evidencias empíricas reportadas por otros economistas sugieren que los efectos de no ingresar a tiempo a la fuerza laboral, de no poder recibir la educación que se logra al desempeñar un trabajo, explican los bajos estándares de vida y de por vida de numerosos infortunados.
Vamos a los ejemplos. Supongamos que un joven bachiller colombiano de nombre Luis, proveniente de una familia de escasos ingresos, intenta obtener su primer empleo. En tanto que otro joven, Pedro, proveniente de una familia de clase media compite con Luis. ¿A quién enganchan?
La respuesta depende de muchos factores. En un país sin salarios mínimos establecidos por ley, si se trata de un empleo con algunos riesgos, Luis puede presentar ventajas al ofrecerse para trabajar por un salario menor en un empleo de pocas perspectivas. No es justo igualar salarios para distintos atributos, porque pueden perpetuar las discriminaciones y las desigualdades.
El poder iniciar la vida laboral con un salario menor puede ser una ventaja de los menos favorecidos frente a otros más exigentes. Sucede que posteriormente, en el desempeño de los trabajos se desarrollan muchas habilidades que no se aprenden en el salón de clase, y en el juego largo, unos pesos de menos inicialmente pueden tener grandes repercusiones posteriores.
El salario mínimo se justifica al considerar las necesidades mínimas para vivir. Pero es un obstáculo para competir en el entorno internacional, sobre todo, en países con una incapacidad demostrada para asegurar una tasa de cambio ligeramente devaluada como le sucede a Colombia. Los sindicatos le deberían prestar tanto o más atención a la tasa de cambio aludida que a la propia carestía.
Insisto en mi tesis. Uno de los más graves errores laborales del país lo cometió el ex presidente Belisario Betancur cuando era ministro del Trabajo. Hasta ese momento, en Colombia existían dos salarios mínimos, uno para las ciudades y otro para el campo. Haberlos unificado por lo alto no pasó de ser demagogia barata, ya que acentúo la espantosa concentración urbana que hoy deploramos. Las condiciones de vida del agro colombiano no son tan onerosas como las de nuestras grandes metrópolis.
Los líderes sindicales trabajan a favor de sus afiliados, sí, pero en contra de muchos subempleados y desempleados. Pretensión fatal creer que su "justicia" les desciende a todos como el agua por medio de las leyes que promueven y los incrementos de salarios que logran. Cuando a menudo lo que promueven es la discriminación y la desigualdad social o la quiebra de las empresas como en el caso de General Motors y de Chrysler.
