Y ahora, ¿qué sigue?

Hernán González Rodríguez
07 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Como bien recordamos, casi todos los países de Latinoamérica padecieron la presencia guerrillera en algún momento, como consecuencia de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Se aprovecharon los soviéticos de la revolución cubana de Castro en 1959 para entrenar y financiar en la isla las guerrillas enviadas a: Brasil, Argentina, Uruguay, Colombia, Perú, Bolivia, Salvador y Guatemala…

Salvo Guatemala y el Salvador, donde el conflicto guerrillero fue remplazado por una brutal ola de criminalidad, los demás países firmaron acuerdos de paz razonables, serios y apoyados por consensos políticos. Estimo que en Colombia se firmó un acuerdo de paz que apremia ser mejorado, no desechado, durante el Gobierno prudente que elegiremos en 2018.

Diferencian los expertos tres etapas clave para alcanzar el éxito en los procesos de paz: 1. El restablecimiento de la paz. 2. La conservación de la paz. 3. La consolidación de la paz. Los colombianos ya estamos sospechando incumplimientos graves en las etapas iniciales. Podemos seguir gritando que “se acabaron las Farc” y, sin embargo, terminar siendo gobernados por una narcodictadura del partido político fariano.

Radica la mayor diferencia entre Colombia con el resto de Latinoamérica en que aquí se toleró y aún se tolera el narcotráfico como condición para firmar y continuar la paz con las Farc.  Esta tolerancia se demuestra con la permanencia de: la no interdicción aérea con ayuda de los estadounidenses, con la prohibición de los bombardeos a los campamentos guerrilleros, con la prohibición de la fumigación con glifosato y con la ineficaz erradicación manual consensuada, y para rematar, con una justicia propia para los guerrilleros, con el fin de asegurarles la impunidad, sin extinción del dominio de sus propiedades y sin extradición.

El cumplimiento de las tres etapas citadas incluye el Desarme, la Desmovilización y la Reintegración a la vida Civil. No pocos colombianos dudamos de la entrega total de las armas y de la certificación de esa entrega total por la izquierdosa ONU. Porque no entendemos las razones por las cuales no le televisaron a la opinión pública tal desarme, ni los contenedores llenos. Porque exintegrantes importantes de las Farc sostienen que sus disidencias ni se desarmaron, ni se desmovilizaron, ni se reintegrarán a la vida civil, como estrategia para asegurar el cumplimiento fiel de los acuerdos por parte del Gobierno y para forzar con sus armas a que voten por ellos en los 167 municipios que figuran en sus 16 Circunscripciones Electorales.  

La implementación rigurosa de estos acuerdos de paz emerge como otro gran obstáculo para el optimismo que pregona el Gobierno, porque pasa Colombia hoy por la mayor crisis financiera desde la de 1930, como lo demuestran los exiguos crecimientos de nuestro PIB, el elevado y creciente endeudamiento del Estado, los impuestos confiscatorios y la reducción de las nóminas de importantes empresas. No hay dinero ni para: la salud; la educación; las Fuerzas Armadas y la seguridad; las obras públicas; perforar pozos petroleros con el fin de alejar las importaciones de petróleo y gas. 

Lo único que reaviva algo mi optimismo es la reducción significativa de las tasas de homicidios. Según la revista Semana, registró Colombia en 2016 la tasa de homicidios más baja desde 1974 y el número de homicidios más bajo desde 1984. Reconoce la revista que la desmovilización en 2005 y 2006 de las denominadas bandas criminales, bacrim, sí tuvo un hondo impacto en estos descensos. Espero que no haya falsificado el Gobierno tales cifras como suele hacerlo con la autoría de los crímenes y atentados.   

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