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Fue de nunca acabar la cuestión de si el fútbol de Europa es mejor que el de Suramérica. Se adoptaron posturas radicales siempre, sin encontrar la respuesta acertada. Pero vamos por partes. El asunto se reactivó gracias a una expresión de Mbappe, figura mundial del fútbol del momento. Para él, las eliminatorias suramericanas son inferiores en calidad a las contiendas europeas. Más se demoró en fijar esa postura, que le llovieran observaciones de técnicos y jugadores, más de Brasil y Argentina, porque por el lado nuestro hubo silencio, queriendo ser ajenos a la cuestión y pasar de agache.
El caso amerita una aclaración, antes de ingresar en el terreno meramente futbolístico. Se cae de su propio peso que Europa en cuanto a organización, logística, confección de calendarios y profusión de copas y juegos lleva enorme ventaja sobre nuestra área.
Sus monedas fuertes, sean libras esterlinas o euros, lejos están de los dólares americanos. Las inversiones en tecnología y capacitación de sus actores está a mucha distancia de nuestros recursos. Bastaría recordar un pequeño detalle, allá los árbitros disponen de un reloj que mediante una alarma advierte si el balón traspasó la raya de meta y con toda serenidad el árbitro da gol cuando suena la chicharra. Si no hay ruido, la bola nunca entró, y punto.
En cuanto al asunto en sí, también es preciso decir que los jugadores suramericanos poseen un espíritu aventurero, que los lleva a buscar espacio y dinero en sus tierras. Hecho que, por lo demás, conduce a los equipos de acá a pensar más en vender o transferir el talento. Las siderales cifras que ellos manejan son permanente tentación para dirigentes y jugadores. Últimamente se nota cómo los veedores europeos buscan jugadores juveniles, imberbes, sin llegar a los 18 años, para cumplir con sus metas a largo plazo. Ejemplos pululan, como el de Vinicius Jr. y Rodrigo, en Real Madrid.
Suramérica continúa abasteciendo de jóvenes con talento y velocidad el fútbol de Europa. Suramérica es la despensa, si se quiere, de donde ellos consiguen a los mejores que están despuntando en el juego. Hoy nadie se extraña si las 10 selecciones de este lado se integran con 20 jugadores, en su mayoría jugando en Europa y, si acaso, dos o tres del medio local.
Por supuesto que el jugador suramericano requiere una adaptación, aclimatación y educación para que rinda como debe ser. Allá les inculcan el sentido profesional y lo que significa cumplir con un contrato. Por eso muchos de quienes emigran, más pronto que tarde retornan. No son capaces de resistir las exigencias y presiones.
Si Mbappé viniera a jugar una eliminatoria de las nuestras quizá sufriría los rigores en el campo de juego, donde muchas veces revolean patadas, puños, malos campos, conflictos con árbitros y vestuarios. Es difícil encontrar césped como el de Wembley por estas tierras. Que la altura de La Paz y Quito, que el calor de Puerto Ordaz y Barranquilla, que la humedad, etc. Y ante todo el futbolista suramericano aprende a punta de golpes y sinsabores a vivir del fútbol. En síntesis, Europa nos supera en varios aspectos, pero el jugador genuino se sigue dando, no tanto silvestre, en Suramérica.
