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Seguiremos jugando entre casa con Millonarios y Nacional, que rápidamente fueron bajados de la Copa Libertadores. Además lucen bien en el torneo local, mostrando que tienen puntos y van con seguridad a la meta de clasificar entre los ocho primeros. Por supuesto que su desteñida presentación internacional permite elaborar no un catálogo de errores, sino el resultado de la impotencia para cotejar, en sus casos, con Fluminense y Olimpia.
Recordando lo vivido por Millonarios, las limitaciones ofensivas resultaron patéticas. Laterales sin decisión para pasar al ataque y delanteros desamparados e inofensivos. Ni Jáder Valencia, ni Herazo, y mucho menos Márquez, dieron la talla o representaron peligro alguno para sus rivales. El único pasaje digno de recordar y que despertó ilusión fueron los primeros 18 minutos en El Campín, donde un gol de Sosa alegró y llenó de optimismo a su hinchada. Pero sobrevino la irresponsable acción del mismo Sosa y Millos se derrumbó en juego e intensidad, dejó de presionar y permitió el crecimiento futbolístico del visitante, que supo aprovechar el jugador de menos en los azules para concluir con un triunfo que presagiaba lo difícil, como en efecto resultó, del juego de vuelta en São Januário. Las ventajas ofrecidas fueron muchas. Desperdició una pena máxima y nunca supo cómo controlar el ímpetu de los cariocas.
Por el lado de Nacional, la derrota amplia en Asunción obligaba a un esfuerzo enorme para equiparar el asunto con goles. De paso, el relevo del técnico Alejandro Restrepo fue patada de ahogado, una decisión equivocada, porque no iba a darse el milagro con un entrenador interino, Hernán Darío Herrera. Fue más una figura para distraer a los hinchas, acallar las protestas y con una consecuencia grave, quemar en términos futboleros a los dos arqueros. Ni Quintana ni Mier transmitieron seguridad en su momento. El gol de Andrade pareció abrir el camino al triunfo y alimentaba la ilusión de anotar más goles para forzar otro tipo de definición. Pero el empate no generó sonrisas ni aplausos. Fue un resultado inocuo y nada más.
En el fondo de estas derrotas se puede afirmar que nuestros equipos no logran salir del cascarón, por temor, complejo o cualquier otra causa, incluyendo algo que parecía desterrado de nuestro fútbol: miedo a perder. Y en eso los técnicos tienen responsabilidad, aunque más los jugadores, que no parecen comprometidos en una causa. Muchos se preguntarán por qué a algunos jugadores les va bien en el exterior. Respuesta sencilla y está vinculada a que por allá encuentran otros compañeros, quienes los obligan a comprometerse con una meta y se acostumbran a exigencias más profesionales. Acá, con indolencia, los jugadores ven el relevo de técnicos sin que ellos pierdan el trabajo. Mientras nuestros futbolistas continúen en ese plan cómodo, seguiremos encerrados en este cascarón del torneo local.
