Con aire nostálgico le decimos adiós al Mundial de Catar. Muchos seguramente recuerden mundiales con más fantasía y tipos de fútbol diferentes. Pero es preciso advertir que el fenómeno de un mundial, no solamente por su carácter universal, sino por la fuente de emociones y contradicciones, justifica ese mes, cuando nos reencontramos y regocijamos, apreciando un juego maravilloso. De eso no hay duda.
Nostalgia despierta saber que unos jugadores dejarán su lugar y su huella. Con la “m” de Modric y Messi, por citar a dos futbolistas fuera de serie que le dicen adiós al evento mayor. La misma “m” que certifica que Mbappé toma el testimonio y será uno de los llamados a sostener el capítulo mundialista dentro de cuatro años, si la lógica y la salud lo acompañan.
También la “m” de Marruecos es un tónico para el futuro del fútbol. Mientras Europa y Sudamérica siempre cotejaron sus fuerzas, en finales como la de hoy, África ya debe reconocerse por sus ejecutorias, superando de lejos a los asiáticos.
El Mundial de Catar no descubrió, aunque sí ratificó, que los ganadores cuentan con fuerza física y mental para lograr sus objetivos. Quien no corra, se comprometa con compañeros y resulte solidario en las escaramuzas del juego mismo, será ignorado por la historia.
Para los genuinos y reflexivos analistas, que quizá seamos todos, unos más que otros, no se apreciaron innovaciones tácticas. Solo refrendaron la importancia los laterales en apoyo y los extremos apegados a las rayas laterales. Se juega más rápido, sin desconocer el papel de los pensadores. Eso está en la final, que nos reserva a Griezmann y Messi, los llamados a establecer las grandes diferencias y poner a jugar a sus compañeros.
Hacer un gol es cada día más difícil. Los días de Just Fontaine en la copa de 1958, que anotó 13 goles, ya no se ven debido a los aplicados defensas y especialmente por la categoría de los arqueros vistos en Catar.
Reconfirmado quedó el valor relativo de la posesión del balón. Puede ser un espejismo y contradice aquello de antaño, cuando se explicaba con una frase sencilla: “Si tengo la pelota más que el rival, controlo el juego”. Es más importante la gestión para recuperar el balón y saber qué hacer con él.
Se vieron juegos con fantasía, propuesta en comienzo aplicada por Brasil. Se respetaron todos los simbolismos, se analizaron los conceptos, se supo valorar la importancia de las ayudas tecnológicas, se aplaudieron los gestos técnicos de varios jugadores y hubo justicia en los finalistas: Argentina y el actual campeón, Francia, por juego de conjunto y altísimos valores individuales.
Siento nostalgia por las vivencias del Mundial, que no pasará de moda. Y aunque algunas estrellas dirán adiós, ya en camino se conocen nombres de renovación. El fútbol es reflejo de la vida misma y espejo del comportamiento humano. Concluye la fiesta y, desde ahora, en el próximo mundial deberíamos decir presente.