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¿Al fin hubo o no hubo acuerdo?

Hernando Gómez Buendía

24 de junio de 2016 - 09:00 p. m.

Entre el júbilo de casi todos los colombianos, la reacción cerril de Álvaro Uribe y las especulaciones de los periodistas, es difícil precisar lo que de veras ocurrió este jueves.

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La confusión resulta de que hubo, pero no hubo, un acuerdo final entre las Farc y el Gobierno. Uno diría que al acordar el cese definitivo al fuego y el desarme —más todavía, al invitar a cuatro presidentes y a la ONU—, las partes dieron el paso irrevocable hacia la paz. Pero no. O tal vez no: las dos delegaciones reiteraron que quedan desacuerdos y el presidente Santos aclaró que “el acuerdo final se firmará en Bogotá”.

Habría tres maneras de explicar esta charada:

—La criolla, porque en Colombia hemos visto euforias anticipadas. Pero este no es el estilo de la mesa de La Habana.

—La literal, es decir, que las partes en efecto se reservan el derecho de volver a la guerra si el acuerdo no es total. Un escenario por supuesto trágico, pero además ridículo y políticamente prohibitivo.

—La verdadera, o sea que las partes saben que lo que falta negociar no es importante. Pero esto implica la existencia de acuerdos que el país no conoce y algunos de los cuales se refieren cabalmente a los puntos más sensibles del proceso.

No entraré aquí en la lista de reservas que cada delegación dejo sentadas al margen de los preacuerdos sustantivos (agro, drogas, política y víctimas). Gremios, congresistas y expertos han expresado dudas más o menos razonables sobre el impacto que podrían tener estos “pendientes” sobre los grupos sociales afectados.

Para efectos presentes serían más delicados los acuerdos por ahora secretos que afectan directamente a los miembros de las Farc, y en especial estos tres:

—La integración del Tribunal de Paz. No puede ser una corte internacional especial porque esto implica tratados e intervención abierta de países extranjeros (tipo Ruanda o Yugoeslavia). Y si las Farc inciden de modo franco o encubierto en la escogencia de sus jueces estaríamos ante una aberración jurídica y moral.

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—Las circunscripciones de paz, donde los excomandantes tendrán una mayor probabilidad de ser elegidos. De esto depende el futuro político de las Farc y, sin embargo, no sabemos cuántas ni bajo qué condiciones de favorabilidad van a ser asignadas las curules.

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—El mecanismo de refrendación popular. Los chismoperiodistas dicen que las Farc aceptarán el plebiscito, pero esto no consta en el acuerdo (ni en los discursos del jueves).

Es más, esa noticia habría sido más gorda que la del cese al fuego: “Timockenko cayó en la trampa, se arriesga a que la gente diga no”. Y no serían tan solo los uribistas: una vez que las Farc dejen sus armas, muchos preguntaríamos a título de qué debemos aceptar la impunidad por medio siglo de daños y de crímenes.

En conclusión, los colombianos, que llevamos tantos años esperando la paz, tendremos que esperar unas semanas para saber cuál es la paz que ahora nos ofrecen.

* Director de la revista digital www.razonpublica.com

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