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Constitucionalismo y simplismo

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Hernando Gómez Buendía
08 de julio de 2016 - 08:10 p. m.
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Casi todos los fallos absurdos de la Corte se deben a los absurdos de la Constitución. Pero casi todos sus críticos aciertan porque la Corte abusa cada vez más de su poder.

Y así, a falta de una, hay varias explicaciones de los muchos y muy desconcertantes fallos de nuestros magistrados:

1. La Constitución de 1991 quedó larga, prolija, promesera y ambigua. Por eso las sentencias más absurdas son las que buscan que se cumplan los absurdos: que un colegio privado no cobre matrícula, que una EPS costee enfermedades ruinosas, o que ningún salario pierda con la inflación.

2. Los colombianos vivimos de violar la ley, así que el desconcierto también se debe a que a la Corte le dio por tomar en serio la Constitución: hay miles de colegios que asaltan al usuario, o hay un 60% de trabajadores a quienes les birlan el salario mínimo.

3. Los fallos más desestabilizantes son culpa pura y simple de nuestros estadistas: las leyes o incluso las reformas constitucionales que se tramitan de manera irregular, los presidentes que exceden facultades...

4. La Constitución es nueva y el país vive enredado. Lo uno explica las “sentencias integradoras”, donde la Corte llena los vacíos de la ley —o sea que legisla de lo lindo—; lo otro explica los bandazos que sin duda han menudeado en estos años.

5. Crear una jurisdicción especializada ya de por sí estimuló el activismo. Y además el Artículo 241 de la Carta da más poderes a la Corte de los que tienen sus homólogas de cualquier otro país: guardar “la integridad y supremacía de la Constitución” frente a leyes, sentencias, tratados y acciones de tutela de todo rango e índole.

6. La propia Corte ha venido añadiendo poderes que la Constitución no le confió: desconocer la cosa juzgada, calificar de fondo las reformas constitucionales, escoger la fecha de vigencia de sus fallos, filtrar, anunciar o explicar sus sentencias ante los medios, darle plazo al Congreso para que legisle, realizar audiencias políticas, producir “sentencias integradoras”, u ordenarle al Gobierno o a un particular que lleve a cabo acciones específicas (recalcular un crédito, devolver un impuesto...).

7. Queda el detalle de las ideologías de cada magistrado. La escuela “constructivista”, según la cual el juez debe crear leyes. La Doctrina Social de la Iglesia, que algunos magistrados confunden con la economía. E incluso los santistas contra los uribistas.

Por todo eso hay el peligro de un remedio simplón para una dolencia compleja y matizada. Dicen unos que cambiar de Constitución. Dicen otros que acabar con la Corte. Que prohibir los fallos integradores. Que elección popular de los magistrados. Que llevar economistas. Que encarcelar al magistrado delincuente...

Yo me conformo con que Dios nos libre de tanto curandero improvisado. Y que nos libre, sobre todo, de las Cortes cada vez peores que vamos a tener. Mientras los ingenuos divagamos, cada grupo de presión que hay en Colombia rebusca, veta, intriga y gasta en busca de un amigo-magistrado.

Al fin y al cabo en estos 25 años todo mundo entendió dónde estaba el poder decisivo del Estado.

* Director de la revista digital Razón Pública.

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