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De Trump, García, Uribe, Santos y Samper

Hernando Gómez Buendía

28 de abril de 2019 - 05:05 a. m.

Trump no es un espía de Rusia. Y como no había delito, tampoco pudo haber obstrucción de la justicia.

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Esta, en resumen, fue la conclusión del fiscal general de Estados Unidos después de dos años de investigaciones, US$25 millones gastados, más de 200 testigos convocados, 19 procesos penales derivados, 34 personas condenadas y el cubrimiento obsesivo de los medios. Pero nada de esto sirvió para que alguien cambiara de opinión o para que alguien se olvide del asunto: la pelea, simplemente, comenzó un nuevo capítulo.

Y es que, en primer lugar, acusar a Trump de espía fue una gran estupidez. Garavito, el asesino de niños, no es culpable de incendiar almacenes. Toda la vida de Trump es un enredo con el Código Penal y esto incluye la ayuda de los rusos para ganar las elecciones. Pero que el presidente de Estados Unidos sea un agente doble es algo que no pasa sino en Hollywood.

En segundo lugar, el fiscal era y es una ficha descarada de Trump, quien lo nombró porque había sostenido que un presidente no puede incurrir en el delito que sí podían demostrarle: obstrucción a la justicia. Y en efecto: las 448 páginas del informe del investigador son una lista de maniobras y órdenes directas a sus ministros y asesores para que oculten, mientan e incluso despidan a los investigadores.

Esa evidente y vulgar obstrucción de la justicia es el enredo en que están los demócratas: medio partido quiere que Trump sea acusado por la Cámara, donde son mayoría, pero la otra mitad sabe que el Senado republicano no lo va a condenar. Los precandidatos del Partido Demócrata ya están divididos y muchos consideran que un juicio ante el Congreso le ayudaría a Trump a reelegirse.

Por lo tanto, en lugar de acusarlo, la Cámara seguirá investigando a Trump por obstrucción de la justicia… y además por el rosario de chanchullos y abusos de poder que son su hoja de vida. O sea, para convencer al pueblo estadounidense de que su presidente es un bandido. Y en esto, finalmente, los demócratas van a seguir siendo acompañados por los medios más pluralistas e implacables en sus investigaciones que se hayan conocido.

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Después de todo lo cual quedaremos en las mismas. Nadie va a cambiar de opinión, y el presidente Trump persistirá en sus mentiras, sus abusos y sus políticas internas e internacionales.

Las moralejas del caso son, en su orden, que una cosa es la justicia penal y otra es la integridad o dignidad del gobernante; que sin fiscal independiente no hay justicia posible; que en el Congreso no importan las razones sino los compromisos; que a falta de congresistas hay que apelar a la opinión, que para eso es necesaria una prensa insobornable y que la gente, a fin de cuentas, seguirá aferrada a sus prejuicios.

Es lo que prueba el caso de Alan García: sus partidarios dicen que el suicidio demuestra su inocencia. Y cuando añado “Uribe, Santos y Samper” es porque no estoy seguro de que en Colombia distingamos al delincuente probado del gobernante indigno, que tengamos fiscal independiente, que un congresista vote sin la mermelada, que la opinión exista o que la prensa no esté comprometida.

O sea que, en resumen, podemos ahorrarnos todo el rollo y seguir como siempre hemos vivido, con cada quien tranquilo en su prejuicio.

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* Director de la revista digital Razón Pública.

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