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Donald Trump, presidente

Hernando Gómez Buendía

21 de agosto de 2015 - 03:38 p. m.

PARA LA GENTE SERIA ES UN PAYASO, y para los psiquiatras es un ego-maníaco.

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Y el candidato-sorpresa a presidente de Estados Unidos es en efecto arrogante, vulgar, agresivo y simplista a rajatabla —como es también exitoso, inteligente e inmensamente rico—. Cada barbaridad suya (sobre los mexicanos, sobre McCain, sobre la periodista, sobre los “bebés ancla”) lo catapulta en las encuestas, que en cuestión de semanas han saltado de un 3 % a un 24 % y hasta un 45 % en su favor.

Es en parte su estilo de buen “showman” y animador curtido en la TV. Pero son sobre todo las cinco ideas simplonas que machaca con toda convicción: (1) Que él es independiente mientras que sus rivales serían marionetas de quienes los financian; (2) Que los migrantes legales o ilegales están quitándoles empleos a los americanos; (3) Que China y los países emergentes se están llevando la riqueza de Estados Unidos; (4) Que el país ha perdido poder geopolítico, y (5) Que para “volver a la grandeza” no hacen falta programas de Gobierno ni buenos modales, sino un gerente eficaz como él.

Son cinco simplezas perfectas para el común de los americanos. Una decisión absurda de la Corte Suprema permite que, por ejemplo, los hermanos Koch aporten 2.000 millones de dólares (¡!) a una sola campaña, y la gente está cansada de los lobbies. Igual que está cansada de los políticos y la “parálisis de Washington”, o que ha creído desde siempre que la riqueza es la prueba definitiva del talento y la capacidad para hacer cosas.

Pero el secreto de Trump es dirigirse al malestar profundo de los electores: la agonía sentida aunque ocultada del sueño americano. Verdad que la economía ha crecido como nunca en la historia: el producto total se cuadruplicó entre 1970 y 2015. Y sin embargo, el salario promedio de hoy compra lo mismo que el de 1979, la mitad de la población vive al borde de la pobreza, y 93 de cada 100 dólares de nueva riqueza han parado en manos del 10 % más rico (78 centavos en los del 1 % súper-rico).

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Ya no es verdad entonces que el trabajo enriquece ni que la vida es progreso —los dos pilares del “milagro americano”—. Pero este es el resultado inevitable de la globalización impulsada por los propios Estados Unidos, que ya no puede pagar salarios más altos que sus competidores.

Sólo que, en vez de admitir esta verdad, Trump promete que cerrará la frontera, parará en seco a China y borrará la mano blanda de Obama en Rusia o en Irak.

Los candidatos serios, mientras tanto, ofrecen toda suerte de ajustes y remiendos para darle respiración artificial al sueño americano en un mundo globalizado, complejo y donde la potencia necesita de aliados. Tampoco ellos admiten la verdad, y sus ideas, más matizadas que las de Trump, no han logrado interesar ni al público ni a los periodistas.

Son tiempos malos los que vienen para el mundo.

 

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* Director de Razón Pública.

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