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El caso de los trans

Hernando Gómez Buendía

04 de mayo de 2025 - 12:05 a. m.

Son una minoría pequeñísima de la población y, sin embargo, plantean problemas éticos y jurídicos enormes.

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¿Creería usted que los hombres y las mujeres pueden excitarse —fisiológicamente— cuando ven una película de chimpancés teniendo relaciones sexuales? Pues este fue el hallazgo de un famoso estudio de Chivers y colegas en 2004. Los humanos podemos excitarnos ante casi cualquier estímulo sexual: con hombres, con mujeres, con ambos, inclusive con bonobos. La mente dice una cosa, el cuerpo dice otra cosa.

La experiencia humana no siempre encaja en categorías binarias. De aquí surge la pregunta de si los trans deben ser considerados hombres, o mujeres, o como una tercera categoría.

La pregunta ha llegado a los estrados judiciales. Hace unas semanas, los magistrados de la Corte Suprema del Reino Unido declararon que la definición de la palabra “mujer” es biológica. Es lo mismo que había dicho la Corte Constitucional de Colombia en su fallo sobre un caso de derecho a la pensión (sentencia SU-337 de 2019).

Increíble: científicos y juristas refinados, después de miles de años, descubrieron lo que sabían los primeros hombres y mujeres de la especie sapiens: que la anatomía y la fisiología nos dividen en dos tipos de personas para el efecto más importante de la evolución: la reproducción de la especie.

Eso no significa que todos los miembros de la especie humana debamos reproducirnos, ni significa tampoco que las personas trans estén violando las leyes de la naturaleza: ellos nacen con una anatomía y una fisiología que no consideran aptas para cumplir el papel que cumple la mujer en el momento de reproducirnos.

Por eso: no discriminación. Porque no hay delito en vivir como uno quiera, ni en querer modificar el cuerpo, ni en adoptar una identidad distinta de la que señala el certificado de nacimiento. Porque el respeto a la dignidad humana no depende del sexo, ni de la orientación sexual, ni de la expresión de género. Porque nadie debe ser burlado, despedido, golpeado ni excluido de la vida pública por ser diferente. Porque no se necesita compartir una identidad para reconocer que quien la vive merece ser tratado como persona. Y porque la sociedad no se derrumba cuando respeta la diferencia: se derrumba cuando la niega.

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Pero tampoco trans en deportes competitivos, donde la anatomía y la fisiología masculinas les dan una ventaja. Igual que el peso, o la edad, o la discapacidad justifican categorías separadas en los campeonatos, el sexo biológico también las justifica: las mujeres trans no deben competir con las mujeres biológicas.

Una sociedad razonable reconoce las diferencias sin convertirlas en privilegios. Y confundir la identidad con la realidad no ayuda a nadie —ni siquiera a quienes decimos defender—. Es decir: respeto sin confusión, y derechos sin ficción.

*Director de la revista “Razón Pública”.

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