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El desgano

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Hernando Gómez Buendía
19 de abril de 2014 - 01:01 a. m.
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Falta apenas un mes para las elecciones, pero nadie distinto de los cinco candidatos parece tener interés en ellas.

Uno puede razonar que el interés en unas elecciones depende de qué tanto sienta la gente que el resultado afectará sus vidas, de qué tanta pasión inspiren los candidatos y de qué tan cerrada sea la competencia entre ellos.

Pues en Colombia las elecciones no tienen importancia, porque la mayoría de la gente sabe que su vida será más o menos la misma bajo un nuevo gobierno. Hay, por supuesto, activistas políticos que esperan ser ministros, secretarios o por lo menos empleados públicos. Hay contratistas que esperan hacer negocios. Hay periodistas que esperan tener buenos contactos. Y hay millones de pobres o de vivos que esperan una vivienda “social”, un subsidio o por lo menos una camiseta el día de la votación.

Hay una suma de intereses personales, que van desde la vanidad del candidato hasta el mendrugo del votante raso, pero no hay intereses colectivos. Por eso digo yo que en Colombia no hay política sino elecciones apenas. Por eso el descontento social —el paro agrario, digamos— no se expresa en las urnas. Y por eso los candidatos con opción tratan de dar gusto a toda clase de votantes.

También por eso Colombia es un país tan estable... Y tan bloqueado. Hubo, sí, una excepción: Álvaro Uribe. Por una vez un presidente encarnó el sentimiento nacional —el odio hacia las Farc— y por eso marcó un giro en nuestra historia.

Desafortunadamente este único “proyecto nacional” no era más que una rabia, y la rabia no puede construir ni perdurar. Por eso en los cuatro años pasados desde entonces hemos venido pasando la resaca de Uribe.

Y estamos regresando a elecciones triviales. Los candidatos no inspiran entusiasmo, pero no es culpa de ellos. El carisma no es algo que dependa de dotes personales (Uribe, por ejemplo, era un don nadie), sino de las virtudes y defectos que hacen que un individuo catalice y encarne algún profundo sentimiento popular (es lo que hicieron Gandhi, Hitler y hasta Chávez o Uribe).

Pero los cinco candidatos de ahora no captan ese sentir porque Colombia —después del odio a las Farc— volvió a ser la sociedad atomizada y sin sueños colectivos que desde siempre hemos sido. El país de los náufragos, como decía Gabo. Los candidatos concursan con lugares comunes o con respuestas que suenen inteligentes sobre cosas dispersas, pero no logran hacer clic o conectar con alguna fibra realmente sentida.

Y salvo por intereses personales, no es claro qué diferencia habría entre un gobierno de Santos y uno de Peñalosa, Ramírez o Zuluaga, excepto por el intento de prorrogar el odio hacia las Farc (la candidata del Polo sería otra cosa, pero ella sabe que no puede ganar).

A todo lo cual se agrega la falta de competencia, porque Santos tiene maquinaria y la mermelada. Aunque los encuestadores y los periodistas traten de inventarse un ‘voto-finish’, porque de eso viven. En resumen: será Santos, con desgano.

 

 

Hernando Gómez Buendía. Director de Razón Pública *

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