
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Estados Unidos es un animal enorme, poderoso y temido, que durante décadas avanzó sin obstáculos, aplastando a quien se le opusiera y alimentándose del orden liberal que él mismo impuso. Pero ahora el elefante está indigestado. La indigestión viene de adentro. Estados Unidos no es un país, sino dos: de un lado, está la América moderna, urbana, cosmopolita, diversa, que cree en la ciencia, la democracia, la igualdad y el comercio global; del otro, está la “América profunda”, blanca, rural, evangélica, racista, la que se siente traicionada por la pérdida de los empleos manufactureros, los cambios culturales y el abandono de las élites que la miran con desprecio.
El choque entre esos dos países es la clave de la historia política de las últimas décadas. Biden y los demócratas son la América moderna; Trump y los republicanos son el país antimoderno. Trump fue elegido en 2016 y volvió a serlo en 2024: por eso esta vez llegó con furia y con una hoja de ruta detallada para volver al pasado imaginario, el que añora la América profunda, el que resume su eslogan “Make America Great Again”. A la cabeza de los republicanos —cuyo símbolo es un elefante—, Trump por eso está empujando y probando los límites del orden interno y los del orden internacional que habían sido establecidos por la América moderna. Es un ataque veloz, inclemente, en todos los rincones y desde todos los frentes, sin límite distinto del poder desnudo que logren oponerle las instituciones, los otros países o las contradicciones de sus propios seguidores.
En el frente interno, Trump ha emprendido una ofensiva sistemática contra los fundamentos del liberalismo estadounidense. Ha puesto en duda la legitimidad de las elecciones, ha censurado la prensa, ha enviado tropas a ciudades demócratas, ha desafiado y desacreditado a los jueces, ha utilizado al FBI y al Departamento de Justicia para perseguir a sus adversarios, ha cerrado agencias y despedido funcionarios que no le acoliten, ha hecho burlas grotescas de los ciudadanos que protestan, se ha enriquecido de manera obscena y ha abusado del poder hasta donde se lo permiten las casi por completo desbordadas instituciones de un Estado de derecho. La primera democracia del mundo, en riesgo de convertirse en dictadura fascista.
En el frente externo, Trump está empujando a todos los países y de todas las maneras para obligarlos a ajustarse al nuevo orden que reclaman sus votantes premodernos. Por eso deja de financiar a la ONU, suprime Usaid, se retira de la OMS o del Acuerdo de París, bombardea a Irán, asesina presuntos narcotraficantes en el mar, abandona a Europa, impone sanciones y amenaza con subir los aranceles a amigos y enemigos por igual. Su límite, otra vez, es el poder desnudo de la contraparte: es lo que acaba de suceder con China, donde Estados Unidos tuvo que admitir que había perdido su guerra arancelaria.
En medio de semejante remezón, Gustavo Petro es una pulga y Colombia, cuando más, es un ratón. El ratón no debería alegrarse de que el elefante pisotee a la pulga.
* Director de Razón Pública.
