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En defensa de las Farc

Hernando Gómez Buendía

29 de mayo de 2015 - 07:44 p. m.

USO ESTE TÍTULO PROVOCATIVO PARA decir que hay otro punto de vista, cuya ignorancia masiva y deliberada por parte de los medios está haciendo mucho daño.

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Tal vez me ahorre insultos si repito de entrada que no hay justificación ética ni política para la lucha armada en Colombia, y que las Farc han incurrido y siguen incurriendo en crímenes horribles y cobardes en contra de civiles, policías y soldados.
 
Sucede sin embargo que esos crímenes han sido el método de lucha principal de las guerrillas desde su nacimiento y  lo largo de esta guerra degradada: emboscadas, voladuras, secuestros y asesinatos fuera de combate son, en efecto, los medios enfermizos para hacernos sentir que las Farc y el Eln existen —porque si no disparan, nadie los notaría—. 
 
También sucede que en 50 años nuestras Fuerzas Armadas no lograron extirpar las guerrillas, y que un gobierno elegido para eso está tratando de llegar a una paz negociada: no porque le guste, sino porque no hay más remedio. 
 
Lo cual implica negociar para acabar los crímenes en vez de negociar a condición de que no haya  crímenes. Esta es la base del proceso de La Habana y es la primera condición para su éxito. La razón es obvia: bastaría con un crimen para que se rompan las conversaciones y regresemos a la guerra degradada. Más todavía cuando no existe un árbitro imparcial que certifique el cese de los crímenes, porque los colombianos todos somos parte del conflicto.   
 
De modo pues que el Gobierno tuvo y tiene la razón cuando se niega al cese de las hostilidades. Cosa distinta es que las Farc, arrinconadas por su estruendosa impopularidad, optaran  por una tregua unilateral que por supuesto reduce la barbarie y les ayuda a mejorar su imagen, pero que era un imposible militar. 
 
Y pasó lo que tenía que pasar. En esta patria inverosímil el Ejército montó una operación —legal y obligatoria— contra un capo de la droga que era también comandante de las Farc. El comandante respondió como era inevitable que responda una guerrilla: con el ataque nocturno y a mansalva contra soldados que estaban descansando, un crimen que la prensa deploró como si fuera novedoso o como si esperara que el narco-comandante se dejara capturar sin más ni más.
 
El presidente respondió como tenía que hacerlo: ordenó reanudar los bombardeos, y el Ejército lanzó una operación de gran escala, que en poco días demostró a las Farc lo que ha debido saber desde un comienzo —que un boxeador no puede dejar de lanzar golpes mientras el otro boxeador lo esté golpeando—.  
 
El nuevo anuncio de la guerrilla y la intensificación de las hostilidades servirán para dos cosas: para aumentar el sufrimiento inútil y para agravar el desencanto de los colombianos con el proceso de paz. 
 
Hasta que el presidente y la guerrilla tengan la lucidez y entereza de explicarle a un país indignado y dolorido que los horrores de una guerra degradada solo podrán acabarse cuando se acabe esta guerra degradada. 
 
* Director de Razón Pública  
 

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