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Dos millones de dólares. Esta suma causó la crisis política más grave de la historia de Colombia después del Bogotazo.
Fue el aporte del cartel de Cali a la campaña Samper en el 94. Y es el valor —exacto— que, según Uribe, recibió de los narcos el candidato Santos.
El escándalo de entonces comenzó por el “narcocasete” de un periodista menor, y perdimos cuatro años buscando la dizque “prueba reina”. Ahora tenemos la palabra del gobernante estrella del país, pero los periodistas no han hecho mucho caso.
Esto confirma que los medios son el poder soberano en Colombia: ellos agrandan o acallan la noticia, escogen lo que sí pasa y lo que pasa de agache.
De modo pues que, por puras coincidencias, a dos semanas de las elecciones se han conocido tres “noticias” distintas: el 3 de mayo supimos que J.J. Rendón habría recibido 12 millones de dólares para un acuerdo con el presidente Santos; el 7 de mayo, que la campaña Zuluaga estaría espiando los diálogos de paz, y el 8 de mayo, que el candidato Santos habría recibido los dineros de marras. Una cuarta “noticia” está sirviendo hoy para encubrir las tres noticias anteriores: la pelea entre Uribe y el fiscal.
No puedo yo saber si los hechos denunciados son verdad. Es lo que afirman los prohombres de Colombia, comenzando por Santos, Uribe y el fiscal. Y para peor, cada noticia tiene visos de verosimilitud: Rendón sí es un personaje oscuro; Víctor Carranza, el otro mensajero, sí andaba cerca de Santos; la propuesta existió (la publicó este diario); el uribismo sí quiere sabotear la paz; al hacker sí le encontraron los equipos; Rendón sí renunció; Hoyos sí renunció; Uribe sí conoció de cerca la campaña Santos en 2010; el fiscal sí es una ficha de Santos... Y así vamos.
Otras veces he escrito que en Colombia saber la verdad es muy sencillo: crea las acusaciones de cada uno de los personajes contra del otro, pero no crea en las defensas de ninguno.
Ojalá que esta vez no sea así. Ojalá que las acusaciones sean apenas la versión local de la “campaña negativa” que se usa en todo el mundo.
Sólo que aquí no son las aventuras extramaritales, los impuestos evadidos, ni las frases imprudentes: son los actos criminales y los tratos nauseabundos. En un país civilizado, esos señores se irían a la cárcel por un delito obvio: encubrimiento. Y ni los presidentes, ni los fiscales, ni los columnistas se guardarían semejantes verdades para soltarlas en plenas elecciones.
Verdades o no verdades, es doloroso que nuestros estadistas sean profesionales de la guerra sucia. Juntos calumniaron y desinflaron a Mockus hace cuatro años, con aquello de ateo, de enfermo, de payaso, de chavista y hasta de pederasta. Yo mismo tuve el privilegio de ser difamado por los mandaderos de Santos y Uribe cuando andaban juntos.
Así que para mí la única “noticia” es que los dos presidentes han pasado de la complicidad a la guerra mafiosa entre ellos mismos.
Hernando Gómez Buendía *
Director de www.razonpublica.com.
